China Allocates 20k Hectares for Low-Income Housing

chinadaily.com. August 8, 2012. BEIJING — China has allocated more than 20,000 hectares of land to support the construction of low-income housing this year, an official with the Ministry of Land and Resources said Tuesday.
The nation plans to distribute 47,600 hectares of land for low-income housing projects in 2012, more than the 43,600 hectares allocated last year, Vice-Minister Hu Cunzhi said at a seminar on low-income housing policies.
China has stepped up the construction of low-income housing in recent years, as skyrocketing home prices have triggered public complaints.
Housing prices have shown signs of rebounding over the last few months, after the government eased its grip over credit control to buoy the slowing economy.
The government has maintained its previously-adopted tightening measures such as higher down payments and property tax trials to cap home prices.
It has vowed to build 36 million affordable housing units during the 2011-2015 period to meet the demand from low-income families. In 2011, it started construction on 10 million units.

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El Salvador en transición

El Salvador

El acuerdo de paz firmado el 16 de enero de 1992 entre el gobierno y el movimiento rebelde FMLN puso fin a más de diez años de guerra civil en El Salvador. En este capítulo trataré los antecedentes de esa guerra y el desarrollo y el proceso que llevaron al acuerdo de paz. El énfasis radica en los cambios entre el estado, los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil. De esta manera surge una imagen del contexto social en que nacieron las organizaciones de ayuda para el desarrollo y del espacio donde estas organizaciones intervinieron. Para dar una imagen global del contexto histórico de la guerra civil, me adentraré primero en algunos importantes desarrollos políticos y económicos que tuvieron lugar entre 1870 y 1970. Trataré después a los principales actors en los decenios anteriores a la guerra civil. Estos eran, entre otros, los (nuevos) partidos políticos, los militares, las organizaciones paramilitares, la iglesia y los movimientos revolucionarios. Seguirá a continuación el tema de la guerra civil, en el que se prestará atención al papel desarrollado por el FMLN, los partidos políticos, el gobierno salvadoreño y los Estados Unidos. Para terminar, se tratará el acuerdo de paz. Esbozo allí los cambios principales que tuvieron lugar en base a la llamada ‘triple transición’ en El Salvador.

Una historia de exclusión
Para Torres Rivas y González Suárez (1994:12), la guerra civil fue el resultado de un largo período de exclusión social, económica y política a la que fueron sometidos grandes sectores de la población. Este proceso tuvo profundas raíces históricas y llevó en los años sesenta y setenta a la polarización y al agravamiento de la crisis en la sociedad salvadoreña. La crisis social que surgió en estos años no puede explicarse sólamente como el resultado de la influencia de los Estados Unidos o de la oposición de la poderosa oligarquía agraria a las reformas (Carrière y Karlen, 1996:368). Hubo una combinación de factores internos y externos que en los años anteriores a la guerra impidió una modernización a fondo de la política, la economía y la sociedad. La mayoría de los análisis de la guerra civil salvadoreña comienzan en la segunda mitad del siglo pasado. Este fue el período en el que se desarrollaron el cultivo y la exportación de café a gran escala. El café tuvo una influencia definitiva en las relaciones sociales salvadoreñas en gran parte de ese siglo. El cultivo y la exportación de este producto fueron la reacción ante la disminución de la demanda internacional de indigo, un colorante azul oscuro de textiles que constituía hasta entonces el principal producto de exportación de El Salvador. Las mejores condiciones para el cultivo del café se dan en suelos situados entre los 500 y los 1.500 metros sobre el nivel del mar. Una gran parte de los suelos adecuados para el cultivo del café eran propiedad comunal, entre otros de pueblos indígenas. El gobierno dirigido (desde 1871) por los liberales era partidario de la comercialización en el usufructo de los suelos y abolió la propiedad comunal de la tierra en las reformas de 1881 y 1882. Un número relativamente pequeño de familias (entre ellas las dedicadas antes al cultivo del indigo) compró grandes extensiones de tierra, dominando rápidamente la producción y el comercio del café.

La concentración en pocas manos de la propiedad de la tierra aumentó en los años siguientes. En el período comprendido hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, un pequeño grupo de familias mantuvo el control sobre la mayor parte del comercio del café (Paige, 1998:18-9). El lado opuesto de este desarrollo lo conformó una gran parte de la población, obligada a cultivar granos básicos, como el maíz y el fríjol, en pequeñas parcelas con suelos de baja calidad, mientras que otros se quedaban sin tierra (Browning, 1971). La población en las plantaciones de café trabajaba por salarios bajos y en malas condiciones. Los años que van de 1900 hasta la Segunda Guerra Mundial constituyeron, en palabras de Pérez Brignoli (1989:89), un período de ‘crecimiento empobrecedor’. La formación de la nación y del estado salvadoreños tuvo lugar en la segunda mitad del siglo diecinueve. Existió una relación estrecha entre la formación del estado y la llegada del café (Williams, 1994). La revolución liberal de 1871 testimonia esto. Los cultivadores de café tuvieron una influencia importante, sobre todo en el período de construcción del estado, y supieron, ya en un estadio temprano, asegurar sus intereses por intermedio del estado. Como consecuencia de su dependencia de los impuestos sobre la exportación de café, ‘resultaba un acto suicida para los gobiernos poner en peligro el crecimiento del café’ (Williams, 1994:220).

La militarización del estado salvadoreño data de comienzos de los años treinta del siglo veinte. Esta siguió a la primera apertura política en la historia salvadoreña. Bajo la presión de las protestas crecientes en las ciudades, Pío Romero Bosque, investido presidente en 1927, anunció elecciones libres. Estas fueron ganadas en 1931 por Arturo Araújo, un representante de la élite salvadoreña inspirado en las ideas del Partido Laborista inglés. Su gobierno se inició sin embargo poco después de la gran crisis económica de 1929. La economía salvadoreña entró en recesión. Las tensiones sociales crecieron. Araújo no fue capaz de enfrentar con éxito los problemas. Intervinieron entonces los militares, quienes restablecieron el orden y designaron a Maximiliano Hernández Martínez como nuevo presidente.

Hernández Martínez anunció en un comienzo la celebración de elecciones libres en las que podría participar el Partido Comunista (PC). Los comunistas ganaron las elecciones en algunos municipios, pero Hernández Martínez no permitió que accedieran al gobierno. El PC organizó entonces una rebelión popular (Bulmer Thomas, 1987; Dunkerley, 1988). El gobierno se enteró de los planes para organizar esta rebelión. Los dirigentes del Partido Comunista, entre ellos su fundador, Farabundo Martí, fueron arrestados y sentenciados a muerte. Sin embargo, dos días antes de la fecha fijada para la rebelión (el 22 de enero de 1932) comenzó una gran rebelión, que se concentró en la región occidental del país. La rebelión se había originado en los pueblos indígenas, cuya población había sufrido las consecuencias de la expropiación de tierras de 1880 y la subsiguiente concentración de tierras en manos de unas pocas familias después de 1920. Junto a esto, las miserable condiciones de vida a comienzos de los años treinta fueron además el motivo que impulsó a los campesinos de los pueblos indígenas, armados de machetes y armas de fuego, a ocupar haciendas y pequeñas ciudades. Hernández Martínez permitió que los militares intervinieran. Miles de indígenas fueron asesinados en la llamada matanza. Esta forma de represión extrema marcó el tono en el sistema utilizado decenios después para responder a las exigencias de las organizaciones campesinas. Los militares tuvieron desde entonces un papel dominante en el gobierno nacional y en la política. Esta situación se mantendría hasta la firma del acuerdo de paz.

Hernández Martínez gobernó más de diez años sin oposición, pero fue depuesto en 1944 por una coalición de militares descontentos y liberales. Esta nueva junta dispuso la celebración de elecciones. El resultado de éstas no fue sin embargo aceptado por los militares conservadores, quienes dieron un contragolpe. Esto fue algo típico en el proceso político que se dio entre 1931 y 1980 (Montgomery, 1995:37-8). A un golpe militar dado por militares reformistas (en colaboración con la oposición civil) se sucedía un contragolpe dado por militares conservadores. Los latifundistas no formaron nunca un partido politico propio que defendiera sus intereses, pues confiaban en los militares. A pesar de los problemas y las contradicciones políticas dentro del aparato militar, además de las contradicciones entre los militares y la élite salvadoreña, los militares defendieron los intereses de la oligarquía hasta 1979. Si se mira en retrospectiva el período después de la Segunda Guerra Mundial, marcado por circunstancias económicas externas positivas, se concluye que para El Salvador este fue un período de oportunidades perdidas (Bulmer Thomas, 1987). El gobierno, dominado por los militares, tuvo desde 1948 un rol más activo en la economía y siguió la ideología del desarrollismo, sin romper por lo demás con la tradición autoritaria. En los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial aumentó el gasto estatal. El gobierno adelantó un gran número de proyectos infraestructurales y comenzó una política de desarrollo social (Martínez, 1991:12). Esta actuación del gobierno llevó entre otros a un aumento en la exportación de algodón y azúcar. Sobre todo los años sesenta mostraron un enorme crecimiento económico. Esto fue en parte el resultado de la creación de Mercado Común Centroamericano (MCAM). Las reformas políticas durante el gobierno del presidente Rivera, en los años sesenta, parecían anunciar la democratización del sistema político salvadoreño. Estos desarrollos tenían sin embargo una contraparte. Mientras la economía salvadoreña crecía en los años sesenta y setenta con un promedio del 5% anual, aumentaba al mismo tiempo la concentración de la propiedad de la tierra. De este modo, los campesinos con pequeñas parcelas debieron entregarlas para permitir el desarrollo de las plantaciones de algodón en la costa. Según un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP), el porcentaje de campesinos sin tierra aumentó del 11% al 40% en el período comprendido entre 1961 y 1975 (citado por Martínez, 1990:15). El campo se empobreció. A esto se agregó el hecho de que la oligarquía cafetera extendió sus intereses hacia la industria. Por esta razón no surgió una fuerte burguesía urbana independiente que, siguiendo el análisis de Moore (1966), hubiese afectado los intereses de la oligarquía agraria, dando así un impulso a la democratización. Las tensiones producidas por este desigual desarrollo económico pudieron ser frenadas en los años sesenta por la migración masiva de salvadoreños a Honduras y por una serie de limitadas reformas políticas (ver párrafo siguiente). La reforma agraria, que formaba para los partidos de oposición un instrumento clave para llegar a un reparto más equilibrado del crecimiento económico, resultaba sin embargo un tema tabú para la oligarquía salvadoreña. Esto se manifestó aún más después de 1969, cuando, como resultado de las tensiones entre El Salvador y Honduras (la llamada guerra del fútbol), grandes grupos de salvadoreños residentes hasta entonces en Honduras regresaron a El Salvador, aumentando la presión existente en la tierra.

Apertura política, polarización y agravamiento (1960-1979)

En los años sesenta y setenta se agudizaron las contradicciones sociales y aumentaron las tensiones políticas. En un comienzo parecía posible para la oposición política imponer cambios por medio de la vía parlamentaria. Los militares anularon sin embargo dos veces la victoria electoral de una coalición de partidos de oposición. Con esto se agotaron las posibilidades de realizar cambios por medio de las elecciones. Los movimientos populares y las organizaciones revolucionarias ganaron fuerza. La represión de la oposición por parte de militares y paramilitares aumentó. De esta manera surgió en El Salvador una situación de guerra civil. Estos desarrollos se tratarán más adelante.

Apertura política en los años sesenta: gobierno contra oposición
A finales de los años cincuenta se criticaba crecientemente al Partido Revolucionario de Unificación Democrática (PRUD), porque éste no ofrecía un espacio para la oposición política. En 1960 un grupo de oficiales jóvenes dio un golpe militar y anunció la celebración de elecciones libres. Tal como había ocurrido frecuentemente en la historia salvadoreña, este golpe militar produjo un contragolpe, realizado por militares más conservadores. Estos designaron como candidato presidencial al coronel Julio Rivera. Las consecuencias de este hecho tuvieron un gran significado en el sistema político de El Salvador, prolongándose hasta los años setenta. Rivera buscó civiles para conformar el gobierno y se acercó con este fin al recién fundado Partido Demócrata Cristiano (PDC). Dentro del PDC y después de un debate interno ganaron los ‘puristas’, bajo la dirección de Napoleón Duarte: El PDC decidió llegar al poder sólo por medio de elecciones y no aceptó participar en la junta. El coronel Rivera fundó seguidamente, ante el descontento del PDC, su propio partido político, el Partido de Conciliación Nacional (PCN), que debía proveer a la junta de una masa de seguidores propia. Existía sin embargo una diferencia importante con el prud, ya que Rivera reconocía el interés de celebrar elecciones libres, que incluyó en la constitución de 1962. El PDC había sido fundado en 1960 por representantes de la clase media urbana, quienes se habían inspirado en el trabajo de los líderes democrata-cristianos Eduardo Frei (de Chile) y Rafael Caldera (de Venezuela) (Webre,1979:53). El partido luchaba por una tercera vía y por reformas económicas y políticas, aunque era anticomunista, como ocurría con el PCN (Webre, 1979; White, 1973). El PDC experimentó un crecimiento vertiginoso: en 1964 ganó 14 de los 52 escaños en el parlamento, además de un gran número de alcaldías, entre ellas la de San Salvador. El PDC consolidó su posición en los años siguientes. La mayoría de los seguidores de este partido provenía de la capital (que crecía cada vez más), pero también los había en las provincias cerca de la capital, entre ellas Chalatenango (Webre,1979:103).

En las elecciones presidenciales de 1972 el PDC formó una coalición con dos partidos más pequeños, apuntando a la victoria electoral. Como consecuencia del fraude electoral esta coalición no resultó ganadora. El candidato del PCN, coronel Arturo Armando Molina, llegó al poder. En los meses tormentosos que siguieron, durante los cuales se celebraron separadamente elecciones para el parlamento, un grupo de militares jóvenes dio un golpe militar el 25 de marzo de 1972. Este golpe fue abortado por los servicios de seguridad y la fuerza aérea, que permanecieron fieles al presidente en funciones, Sánchez Hernández. Napoleón Duarte, quien había apoyado a los jóvenes militares golpistas, fue expulsado del país después de permanecer un corto tiempo en prisión. El PCN era en los años sesenta un partido fuerte e influyente. Este partido tuvo incluso una formidable victoria electoral un año después de la ‘guerra del fútbol’ (1970) y mantuvo durante el resto de los años setenta una base importante entre el sector campesino. El partido podía hacer uso de los recursos estatales. El partido y el gobierno estaban ligados de hecho. Esto se revelaba también en el lenguaje que los dos utilizaban. Términos como gobierno, partido y nación resultaban sinónimos (Webre 1979:19). La dirección del partido estaba compuesta por el presidente de la república y un pequeño grupo de altos oficiales.

En la descripción del PCN hecha por Alastair White en 1973, se afirmaba que los militares podían acceder a funciones gubernamentales por intermedio del PCN y también que civiles provenientes de las ciudades eran miembros del PCN y terminaban escalando puestos oficiales. White hacía énfasis en el hecho que no todos los empleados oficiales eran miembros del partido, pero que para los que no eran miembros resultaba más difícil acceder a puestos más altos.

La base del PCN mantenía corrientemente contactos personales con los líderes de partido, el personal gubernamental y los militares. Ser miembro formal tenía un interés secundario. A nivel local las estructuras militares, gubernamentales y de partido resultaban dificil de diferenciar: ‘Es justamente a este nivel que estas tres organizaciones emergen como una unidad, una tríada, cuyos miembros están separados sólo formalmente entre sí’ (White, 1973:194). Los que pertenecían a esta unidad eran llamados oficialistas o gobiernistas. El sistema político salvadoreño no fue dominado exclusivamente durante este período por los militares. Los civiles tenían también posiciones en el aparato estatal. En algunos ministerios las estructuras militares y civiles estaban fuertemente ligadas entre sí. El ministerio del Interior era particularmente conocido en este aspecto. Apoyaba a las municipalidades con mayoría del PCN y combatía a las de la oposición (White, 1973:194). El poder de los militares era grande en el gobierno local y en el proceso político. Los militares no tenían sin embargo una influencia similar en todos los ministerios. De esta manera, la Comisión Nacional de Planificación (CONAPLAN) tenía una independencia relativa de estas estructuras (White, 1973:194). CONAPLAN desarrollaba entre otros programas con financiación internacional. Desde los años sesenta surgió una diferencia entre los gobiernistas (miembros del PCN) y personas que pertenecían a la oposición (principalmente miembros del PDC). La oposición enfrentaba no sólo al otro partido, sino también al gobierno y al papel desempeñado por los militares en la política nacional. Llama la atención que los líderes del PDC usaran frecuentemente en los años sesenta y setenta la palabra ‘revolución’, mientras enfatizaban que se trataba de una revolución ‘pacífica’. El PDC creía en la posibilidad de una vía progresiva.

La militarización del campo: servicios de seguridad y paramilitares
La apertura política en los años sesenta produjo pocos cambios en el campo y se dio paralelamente con una creciente militarización. Esta militarización se fundamentó no solamente en el control y la represión, sino también en la conformación de un trasfondo político y en el control de los servicios públicos por parte de los militares. Ya a comienzos del siglo veinte se había conformado un aparato represivo que mantenía el orden en el campo. Los servicios de seguridad funcionaban en el marco de una legislación separada, la llamada Ley Agraria, vigente en el campo y que existiría hasta los años ochenta. Esta ley prohibía no sólo la formación de sindicatos, sino que se refería también en términos especialmente negativos a los trabajadores agrarios (McClintock, 1985:124-126). Las funciones de policía fueron ejecutadas hasta 1992 por tres servicios de seguridad: La Policía de Hacienda, la Policía Nacional y la Guardia Nacional. Estos servicios hacían parte del aparato militar y su dirección estaba integrada corrientemente por militares. Los soldados que habían terminado servicio estaban además obligados a participar durante un cierto período en patrullas civiles en sus lugares de residencia. Las patrullas (patrullas cantonales o escoltas militares) estaban dirigidas por comandantes locales que hacían parte del Servicio Territorial, un departamento del ministerio de Defensa (Walter & Williams, 1993:817). Eran civiles con una tarea militar (Blutstein 1971: 191-197. En la práctica se ocupaban no sólo exclusivamente de asuntos militares. Podían también desempeñar un papel en la política o el gobierno locales. Tomando como base el contingente de reservistas que alguna vez había prestado servicio en el ejército, los militares crearon en 1964 con ayuda norteamericana la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) (Montgomery, 1995: 55-6).

ORDEN hacía parte de la Guardia Nacional. La organización estaba integrada por una red de informantes activos en el campo, que mantenían informados a los comandantes locales y a la Guardia Nacional sobre las actividades políticas en los pueblos. Según cálculos, entre 50.000 y 100.000 personas en el campo habrían sido miembros de esta organización. La información obtenida por medio de la red de ORDEN era suministrada al Servicio Nacional de Inteligencia o SNI (convertido posteriormente en la Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña, ANSENAL). Una parte de los miembros de ORDEN estaba armada y disponía de un carnet de miembro que garantizaba un tratamiento suave por parte de los miembros de los servicios de seguridad (McClintock, 1985: 253). Ser miembro de ORDEN daba además determinadas ventajas, como el acceso a créditos. Por esta razón, ORDEN era más que un simple servicio de inteligencia; se desarrolló como movimiento político que combinaba un discurso de democracia liberal y progreso con un violento anticomunismo (Castro Hernández, 1976: 99-100). El movimiento existía ya antes de que se diese alguna rebelión armada con algún significado. Fue fundado con la idea de detener la difusión del comunismo. El ejército tenía a su cargo desde los años sesenta la prestación de algunos servicios públicos. Esto ocurría por intermedio de la denominada acción cívica, a través de la realización de cursos de alfabetización, consultas médicas en los pueblos y campañas de vacunación. Desempeñó además un papel crucial en la construcción de caminos (Blutstein y otros, 1971: 200). La acción cívica del ejército estaba organizada a nivel nacional por medio de la Dirección General de Acción Cívica, que había sido fundada en 1963 y hacía parte del ministerio de Defensa (Walter & Williams, 1993: 820). El director de esta sección era aconsejado por un comité nacional en el que estaban representados los ministros de Defensa, Agricultura, Salud Pública, Educación y Obras Públicas. A nivel departamental existían comités similares, que tenían a su cargo la supervisión de los proyectos otorgados a la provincia (Blutstein y otros, 1971: 198-201).

Surgimiento de una sociedad civil en el campo: iglesias y movimientos populares
Alastair White (1973) describió El Salvador a comienzos de los años setenta como un país tranquilo, donde sus habitantes no parecían rebelarse contra el gobierno y con una población campesina pasiva. Algunos años después El Salvador se había polarizado fuertemente. Surgió en corto tiempo un movimiento popular combativo que puso bajo presión al régimen salvadoreño. Al menos dos factores pueden explicar este desarrollo. De un lado, los desarrollos económicos y políticos en el período 1960 – 1975. Del otro, la movilización exitosa en el campo de campesinos y trabajadores agrarios adelantada por la iglesia católica y las organizaciones revolucionarias, en lo cual profundizo en seguida. Muchas explicaciones sobre la movilización de la población en el campo comienzan con razón con el papel desempeñado por la iglesia católica. Bajo la influencia del Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) y de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrada en Medellín en 1969, soplaron nuevos vientos sobre la iglesia católica latinoamericana. La Conferencia Episcopal de Medellín tuvo sobre todo una gran importancia. La Conferencia proclamaba la defensa de los derechos de los oprimidos y el estímulo a las diferentes formas de organización, o bien una ‘opción preferencial para los pobres’ (Montgomery, 1995: 83).

También en El Salvador surgió un movimiento dentro de la iglesia católica que trabajaba con esta visión. Los seguidores de la denominada teoría de la liberación se concentraban especialmente en el arzobispado que (en ese tiempo) estaba conformado por cuatro provincias e incluía al 40% de la población. Surgieron diferencias políticas entre los obispos, la mayoría de los cuales se manifestó en contra de la teoría de la liberación. Pero también entre los seguidores de esta teoría surgieron diferencias de opinión. Sobre todo los sacerdotes jóvenes se mostraban partidarios de una toma de posición política y veían en el marxismo un instrumento para analizar la sociedad. Otros sacerdotes y religiosos más moderados manifestaban enfáticamente que la tarea de los sacerdotes consistía en guíar a los pobres, sin tomar ellos mismos una posición política (Montgomery, 1995: 81-9).

La organización de creyentes en comunidades de base fue un intento de romper con la tradición autoritaria de la iglesia católica. Los creyentes eran estimulados a discutir la relevancia de la biblia en el marco de su propia realidad. También eran estimulados a ponerse al servicio de la comunidad. Se calcula que en el period entre 1970 y 1976 fueron entrenadas 15.000 personas que se ocupaban tanto de asuntos religiosos como de salud pública, educación y agricultura. Esto no ocurría en todo El Salvador. La teoría de la liberación tenía una gran influencia en los municipios de Suchitoto y Aguilares (Cardenal, 1985; Pearce, 1986: 102-3). Este también era el caso en algunos municipios de Chalatenango, como en la ciudad de Chalatenango, La Palma y Dulce Nombre de María, al igual que en los municipios en la zona oriental de la provincia (Pearce, 1986: 112,117).

El surgimiento de las organizaciones revolucionarias (llamadas también organizaciones político-militares) actuó como segundo factor en la movilización del campo. Estas organizaciones desempeñaron un papel importante en la creación de los movimientos masivos. Los primeros movimientos revolucionarios surgieron a comienzos de los años setenta. Estos fueron el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL). Posteriormente se sumarían tres organizaciones más. La Resistencia Nacional RN) se desprendió del ERP en 1975 después de un conflicto sobre la línea política. En 1976 se fundó el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC) y en 1977 el Partido Comunista decidió pasar también a la lucha armada. Todas estas fracciones tenían un ala militar que cobijaba diferentes organizaciones populares. Chalatenango estaba casi completamente controlada por las FPL. Esta organización comenzó sus actividades en 1971 con ocho personas, bajo la dirección de Salvador Cayetano Carpio (alias Marcial). Marcial se había separado del Partido Comunista a finales de los años sesenta, donde había actuado durante varios años como presidente del partido. El debate en el PC se había concentrado en la aceptación, o el rechazo, de la lucha armada. Marcial estaba a favor, la mayoría del PC, en contra. Durante los primeros años esta organización recientemente fundada se dedicó a los entrenamientos militares, la educación, la construcción de una estructura de células, mientras cometía atracos bancarios para proveerse de recursos. La organización se dio a conocer en agosto de 1972, con motivo de un atentado con bombas perpetrado contra la embajada argentina. En sus años iniciales las FPL pensaban sobre todo en el desarrollo de una lucha urbana, ya que en la montañas de un país tan densamente poblado como El Salvador, la guerrilla difícilmente podía ocultarse. Aunque las FPL no creían en la posibilidad de poder desarrollar una clásica guerra de guerrillas, el movimiento consideraba sin embargo a los campesinos como un apoyo importante. Las FPL establecieron desde el comienzo una diferencia entre la lucha política y la militar. Después de haberse consagrado en un comienzo sobre todo a la lucha militar, las FPL decidieron en 1974 dedicarse por completo al trabajo con ‘las masas’ (Harnecker, 1991: 91). El énfasis radicaba en la lucha política, una guerra popular prolongada que debería llevar a una toma (armada) del poder. Este cambio tuvo una gran importancia para el desarrollo de las FPL. Sobre todo en el campo las FPL lograron conseguir un apoyo importante. La estructura de las FPL se componía de un número relativamente limitado de miembros, alrededor de los cuales estaba un grupo mayor, conformado a su vez por los grupos de apoyo y los simpatizantes. El trabajo de los maestros y los estudiantes (al lado de los religiosos o conjuntamente con estos) tuvo al parecer un papel destacado en la movilización de los campesinos. Muchos educadores participaron activamente en la ANDES, la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños, que a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta logró convertirse en poco tiempo en un actor protagonista en el teatro de la política salvadoreña (Lungo, 1987: 62). Justamente en los años sesenta aumentó la inversión estatal en la educación, lo cual llevó a un aumento del número de educadores y escuelas en el campo. Ya desde los años sesenta los estudiantes trabajaban activamente en el campo. Un sacerdote contaba que en ese tiempo un muchacho había declarado durante la confesión ser guerrillero. En encuentros realizados en las iglesias la gente también manifestaba conocer todo lo referente al socialismo y a sus ‘variantes’ rusa, cubana y china. Para este sacerdote esto era la consecuencia de las actividades de los estudiantes que llegaban al campo los fines de semana, procedentes de San Salvador. Sobre todo entre los estudiantes de finales de los años sesenta existía el convencimiento de que la lucha política era una necesidad (Castañeda, 1993: 114).

Tanto la Universidad de El Salvador (UES) como la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) contaban con muchos estudiantes que estaban ligados al trabajo de la iglesia católica y a otras actividades políticas. Estudiantes de ambas universidades se hicieron miembros de los movimientos rebeldes. Muchos ya estaban relacionados con las actividades en el campo y probablemente se habían incorporado ya en un estadio temprano a las FPL. Lo mismo ocurría con los maestros. Harnecker (1991: 119,121) escribe por ejemplo que los (ex)estudiantes, los maestros y los miembros de las FPL trabajaban conjuntamente. Los puntos de contacto eran los catequistas formados por la iglesia, los cuadros del PDC y también los líderes municipales. Estos pudieron adelantar su trabajo basados en parte en las experiencias de la iglesia católica. No resulta irreal afirmar que muchos chalatecos y también sacerdotes no sabían precisamente quiénes eran miembros de las FPL, ni en que consistía la estrategia de este movimiento o incluso si las FPL tenían una estrategia. Muchos miembros de las FPL no se daban a conocer como tales y se ganaron la confianza de la población durante su larga permanencia en los pueblos. Trabajaban (como se ha enunciado antes) conjuntamente con líderes locales que tampoco eran miembros de las FPL y que en muchas ocasiones no sabían que trataban con miembros de las FPL. A la larga muchos líderes locales fueron incorporados en las estructuras de las FPL. De esta manera las FPL se infiltraron en organizaciones locales de Chalatenango, sin manifestarse como FPL Este movimiento tuvo una base local y se mostró capaz de influenciar la forma de organización local. La formación de la Unión de Trabajadores del Campo (UTC) fue un ejemplo importante. Según Harnecker (1991: 98), esto fue el producto del esfuerzo de algunos líderes eclesiásticos, líderes de la asociación sindical de educadores (andes) y algunos miembros de las FPL ocupados en un trabajo político de base. El marco directive de la unión estaba directamente relacionado con las FPL, pero para muchos campesinos miembros de la unión esta relación no resultaba nada clara, hasta bien entrados los años setenta. Mientras que las FPL jugaban un papel en la formación de la UTC, manteniendose después en contacto con su marco directivo, este movimiento supo en otros casos comprometer consigo al marco directivo de sindicatos ya existentes. Desde sus inicios las FPL habían reclutado miembros que operaban en otras organizaciones, donde a menudo habían escalado posiciones importantes. El ejemplo más claro lo constituyó la incorporación de Mélida Anaya Montes (alias Ana María), quien continuó como presidenta de la entonces poderosa andes, a pesar de haberse afiliado a las FPL. Debido al hecho que las FPL afiliaban en sus filas a líderes en funciones, este movimiento pudo formar una extensa red que incluyó toda clase de organizaciones populares y sindicatos.

Las FPL no solamente mantenían contacto con estas organizaciones, sino que también las influenciaban. De la misma manera las FPL comprometieron consigo a un número de movimientos ya existentes, entre ellos el Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS) y la organización campesina Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS). Esta última organización se convertiría, junto con la UTC, en un importante movimiento campesino y el apoyo más importante de las FPL. Después de un tiempo las dos organizaciones se fusionaron, pasando a convertirse en la Federación de Trabajadores del Campo (FTC). Hacia 1976 feccas tenía aproximadamente 3.000 miembros y la UTC, según cálculos, 10.000 (Pearce, 1985: 163). A comienzos de los años ochenta la FTC logró mobilizar miles de campesinos que reclamaban el derecho a la tierra y un aumento de salario. Las FPL tuvieron en 1975 un papel protagonista en la formación del movimiento de masas Bloque Popular Revolucionario (BPR), con FECCAS, UTC MERS y ANDES como las principales organizaciones participantes. También en este caso vale aclarar que no todos los miembros de estas organizaciones estaban enterados de la relación entre el BPR y las FPL (Harnecker, 1991: 108).

Las FPL eran a mediados de los años setenta un motor importante en la formación de un movimiento de masas. La organización estaba conformada por un grupo relativamente pequeño de personas, pero era al mismo tiempo un factor importante a nivel local, aunque invisible (y semiclandestino). La ideología de las FPL fue así ‘transmitida’a los líderes locales, algo que se expresaba entre otras cosas en el análisis marxista y la terminología usada por los movimientos campesinos (Cardenal, 1985: 452). Pero las FPL incorporaron también un número de líderes locales en sus filas, que habían sido formados por el PDC y la iglesia católica. De esta manera surgió una vía doble, con efectos fructíferos, entre las FPL y el movimiento campesino FTC. Un factor que facilitó el trabajo de las FPL en el campo radicó en que el grado de organización casi no existía allí y en que, en contraste con las ciudades, no había necesidad de luchar para conseguir esferas de influencia en detrimento de otras organizaciones (Pearce, 1986: 174).

Represión y fraude
La movilización política en el campo fue respondida a finales de los años setenta por los militares y los servicios de seguridad con una represión creciente. Esta estaba dirigida en primer lugar a frenar las actividades políticas de la oposición. Líderes sindicales, catequistas y sacerdotes se convirtieron en sus víctimas. Las actividades guerrilleras en el campo apenas existían en este tiempo. La UTC tuvo sin embargo desde su fundación en 1975 milicias armadas, encargadas de la seguridad durante las manifestaciones. Se dieron además, a partir de aproximadamente 1977, ajustes de cuentas con miembros de ORDEN. Pero en la estrategia de las FPL el énfasis radicó sobre todo en la guerra popular prolongada y en la lucha armada en las ciudades. Las elecciones presidenciales de 1977 se constituyeron en un momento importante de la escalada que habría de seguir. Al igual que en 1972, el PDC formó una coalición con dos partidos políticos más pequeños, esta vez bajo el nombre de Unión Nacional Opositora (UNO), apuntando a una segura victoria electoral. Sin embargo, debido al fraude electoral, le fue imposible llegar al poder. Las posibilidades de realizar reformas por medio de la vía electoral parecieron agotarse.

La guerra civil

Los años siguientes al fraude electoral se caracterizaron por una polarización creciente. La oposición contra el nuevo régimen del general Carlos Humberto Romero (quien había sido candidato del PCN) crecía. La represión por parte de militares y paramilitares también aumentaba (Montgomery, 1995: 72-3).

El período que va de las elecciones de 1977 hasta finales de 1979, al inicio del gobierno de una nueva junta favorable a las reformas, se considera en retrospective como el período en que germinó la guerra civil. Esta se convirtió en 1979 en un hecho, después del fracasado golpe militar de ese mismo año. Los movimientos revolucionarios formaron el FMLN y se orientaron a la lucha armada. Los Estados Unidos se involucraron activamente en el conflicto, apoyando una coalición formada por los militares y el PDC.

El golpe militar de 1979
El 15 de octubre de 1979 (tres meses después de la revolución sandinista) un grupo de militares favorable a las reformas dio un golpe militar, en un intent de evitar la guerra civil. Se formó una junta conformada por miembros de los partidos de oposición y por militares. También participaron en ella miembros de organizaciones ligadas con las organizaciones revolucionarias. La junta quería poner fin a la caótica situación del país por medio de una serie de reformas políticas y económicas. Como consecuencia de las permanentes violaciones de los derechos humanos por parte de los militares, todos los miembros de la junta y los integrantes del gabinete se retiraron a finales de 1979, con excepción de dos militares. A pesar de los fuertes indicios que mostraban el nuevo dominio del aparato militar por parte de los seguidores de la línea dura, los demócrata-cristianos formaron una coalición con los militares (la denominada segunda junta). Esta alianza produjo una polémica dentro del Partido Demócrata-Cristiano (PDC) y ocasionó una gran división. Los miembros del PDC que siguieron a la junta tenían sus esperanzas puestas en las reformas propuestas, esperando controlar la ola revolucionaria y evitando una guerra civil. En marzo de 1980, sin embargo, renunciaron algunos miembros como consecuencia de la creciente represión. Napoleón Duarte, quien para entonces ya había reingresado a la ARENA política, se convirtió en presidente de la tercera junta. Las organizaciones revolucionarias habían aceptado pasivamente en un comienzo a la junta, pero manifestaron rapidamente su pérdida de confianza en el gobierno, pasando definitivamente a la lucha armada. Este paso fue en primer lugar una reacción ante la represión en las ciudades y en el campo, debido a la cual las actividades de los movimientos de masas se convirtieron en algo peligrosísimo y de hecho imposible. El cambio de estrategia había sido dado también por la idea que El Salvador, después de Nicaragua, estaba maduro para la revolución. Para esto era necesario formar un ejército guerrillero. La idea de organizar la lucha armada había sido propagada al mismo tiempo por Cuba, que desempeñó un papel importante en la formación del FMLN. Los cinco movimientos revolucionarios formaron en octubre de 1980 el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). La metamorfosis de los movimientos de masas en movimiento guerrilleros comenzó a finales de 1979. Las organizaciones revolucionarias se retiraron al campo. Los cinco grupos guerrilleros se organizaron en territorios más o menos delimitados, donde habían desarrollado anteriormente trabajo de base o donde existían contactos (clandestinos) con organizaciones ya existentes. El Salvador fue repartido de esta manera en zonas estratégicas que eran controladas por fracciones del (futuro) FMLN. El movimiento revolucionario adquirió un carácter eminentemente militar. Los miembros de los anteriores movimientos de masas (tales como los sindicatos campesinos UTC y FECCAS) se unieron a la guerrilla o prestaron sus servicios en el campo logístico. Esta militarización de la lucha no careció de efectos para la estructura interna de las organizaciones revolucionarias, que a partir de entonces fueron organizadas mucho más fuertemente en base a un molde militar. Castañeda (1993: 120) anotaba que los movimientos revolucionarios se vieron obligados a metamorfosearse en un ejército con un brazo político. Por esta razón estos movimientos ya no eran más lo que siempre habían querido ser: un movimiento político con una base en la población (las masas), que participaba también en la lucha militar. Después de que Duarte accediera al poder como líder de la (tercera) junta, se ejecutó a gran velocidad una serie de reformas: los bancos privados fueron nacionalizados, al igual que la exportación de café, algodón y azúcar. La reforma más importante la constituyó la reforma agraria a gran escala que iría en contra de las posesiones de la oligarquía y que había recibido el apoyo de los Estados Unidos, país que además la había financiado y preparado en parte. Los planes de expropiación iniciales abarcaban aproximadamente el 50% de las tierras de cultivo. Finalmente sólo fue expropiado el 20% (posesiones con más de 500 hectáreas). Estas tierras fueron asignadas a las cooperativas de los trabajadores del campo que habían trabajado antes en ellas. La reforma agraria tuvo sin embargo lugar bajo el estado de sitio. Aunque los militares apoyaban a los demócrata-cristianos en la implementación de la reforma, dejando de lado su tradicional alianza con la oligarquía, la represión en el campo continuó sin cesar (Montgomery, 1995: 136-140).

Sectores ultraderechistas de la oligarquía y del ejército veían sus intereses amenazados por las reformas adelantadas por la junta. Roberto d’Aubuisson, un mayor retirado del ejército, desempeñó un papel protagonista en su estrategia. Con la ayuda de salvadoreños ricos residentes en Miami y asesores de Guatemala, Taiwan y Argentina, d’Aubuisson formó una organización político-militar de extrema derecha. El Frente Amplio Nacional (FAN) puede ser visto como la rama política de la organización y resultó de hecho el antecesor de ARENA, el partido político fundado posteriormente. El FAN tenía secciones para la juventud, las mujeres y los latifundistas y consiguió movilizar a cerca de 20.000 personas en una manifestación a finales de 1979 (Pyes, 1983:52-3).

Junto a estas actividades políticas, se emprendían actividades militares. A ORDEN se le inyectó nueva energía y se formaron escuadrones de la muerte (Montgomery, 1995;132) Aunque la junta había abolido ORDEN, al igual que el servicio de inteligencia ANSENAL, d’Aubuisson fue capaz de poner a salvo una parte de los archivos y bancos de información de estas organizaciones (Stanley, 1996:149-150). Con esta base, la extrema derecha organizó de nuevo una red nacional que más tarde serviría para la fundación de ARENA. Los escuadrones de la muerte eran grupos armados que operaban en la clandestinidad y estaban conformados por militares y civiles. Estos escuadrones adelantaron sobre todo en los años ochenta campañas de terror a gran escala (Byrne, 1996:58; Grupo Conjunto, 1994:866). Habían sido formados ya a finales de los años setenta y funcionaron en los ochenta tanto desde dentro de los servicios de seguridad y de inteligencia, como fuera del ejército. La represión alcanzó en el período 1980 – 1982 un clímax macabro. El terror desarrollado por el ejército y los escuadrones de la muerte estaba dirigido contra todo aquel que fuera relacionado con la oposición. Cientos de líderes de los movimientos populares fueron asesinados, al igual que miles de activistas, simpatizantes y personas sospechosas de adelantar actividades políticas. No se hacía ninguna excepción, como lo demostró el asesinato del arzobispo Arnulfo Romero en marzo de 1980. Según la Comisión de la Verdad, d’Aubuisson fue el autor intelectual de este asesinato (Comisión de la Verdad, 1993:269). Con todo, el golpe militar de 1979 no llevó a la pacificación del conflicto salvadoreño, sino que por el contrario aumentó el caos en el país.

Guerra de baja intensidad
Los Estados Unidos desempeñaron un papel protagonista en la guerra civil salvadoreña. La estrategia estadounidense fue aquella de la la guerra de baja intensidad, dirigida a la ejecución de reformas políticas y económicas y al debilitamiento de la guerrilla salvadoreña. Sobre todo durante la presidencia de Ronald Reagan los Estados Unidos se propusieron acabar con los movimientos de liberación en la región (Barry & Castro, 1993; Moreno, 1990). Para esto resultaba necesario apoyar a los militares salvadoreños. Los Estados Unidos apoyaron al mismo tiempo el proceso hacia la transición democrática que había sido anunciado en marzo de 1981 por la junta, haciendo énfasis en la celebración de elecciones libres. Esta estrategia fue un intento de estabilizar la situación política nacional y al mismo tiempo una manera de presentar a El Salvador como una ‘nueva democracia’ ante el público y el congreso norteamericanos, como un país donde disminuían las violaciones de los derechos humanos. Los Estados Unidos operaban como el factor de unión en una coalición formada para ‘combatir la subversión’. Tanto los militares como el PDC tenían cada uno sus propias razones para trabajar conjuntamente con los Estados Unidos. Los militares necesitaban el apoyo de los Estados Unidos para derrotar a la guerrilla y salvar su propia institución (Byrne, 1996:75). El PDC veía en la nueva coalición una manera para continuar adelantando las reformas, con las cuales disminuiría el apoyo social a las alternativas revolucionarias. Los Estados Unidos se mostraron en contra de un posible golpe de estado dado por la extrema derecha junto con algunos sectores del ejercito (Byrne, 1996:63). La influencia de los Estados Unidos no llevó a la abolición de los escuadrones de la muerte, pero sí a la decisión de la extrema derecha de fundar un partido político propio para participar en las elecciones de 1982. Bajo la dirección de Roberto d’Aubuisson fue fundado a comienzos de 1982 el partido de extrema derecha Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).

Bajo la presión creciente de los Estados Unidos, que deseaban reformas políticas, se celebraron elecciones desde comienzos de los años ochenta y se dictó una nueva constitución. Desde 1982 se celebraron elecciones parlamentarias y para los concejos municipales cada tres años. Las elecciones presidenciales se celebraron desde 1984 cada cinco años. A finales de 1983 se dictó una nueva constitución, que fue aprobada por el parlamento. En 1986 se dictó una nueva ley que concernía a los municipios, en la que se les otorgó una mayor autonomía. A pesar del título de ‘joven democracia’ o ‘nueva democracia’ dado a El Salvador a nivel internacional como consecuencia de estas reformas, en la práctica el país era una ‘democracia electoral’ (Munck, 1993). El gobierno de Napoleón Duarte (1984 – 1989) apenas tuvo poder real durante este período. El ejército, los Estados Unidos y el FMLN eran los actores principales en el campo de fuerzas salvadoreño de los años ochenta. El apoyo americano al ejército salvadoreño llevó a un aumento en el número de soldados: de 10.000 en 1980 a 56.000 en 1987, además de un fuerte mejoramiento en la calidad del material militar. La estrategia del ejército después de 1984 consistió en separar la guerrilla de la población civil, instalar defensas civiles y ejecutar programas de ayuda nacional, lo que a menudo ocurría en colaboración con ministerios u otras instancias gubernamentales (Byrne, 1996:130).

El FMLN fue sometido a presión durante el transcurso de 1984, como consecuencia de un cambio de táctica. El ejército decidió realizar más bombardeos aéreos. Esto tuvo como consecuencia un cambio drástico dentro del FMLN. La estrategia predominantemente militar dio paso a una estrategia más política. El ejército guerrillero, conformado por grandes unidades, fue dividido en pequeños grupos móviles de guerrilleros que en caso de necesidad podían reagruparse en corto tiempo. El énfasis no radicaba ya en la realización de acciones militares a gran escala, sino en la ejecución de operaciones más pequeñas y en el sabotaje económico. El FMLN trasladó además la guerra hacia todo el país, en especial hacia la capital, San Salvador, donde aumentó fuertemente el número de miembros de comandos urbanos. Un punto clave en la nueva estrategia lo formó sin embargo la atención dada a ‘las masas’, o sea la estrategia para conseguir un amplio apoyo entre la población, que a la larga debía ser movilizada en una ofensiva final (Byrne, 1996:88,132-3). En el campo se luchaba por el debilitamiento del gobierno estatal, que se expresó sobre todo en el derrocamiento o asesinato de alcaldes. El FMLN hacía también énfasis en la construcción de una red de relaciones clandestinas con la población civil que participaba eventualmente en milicias o podría ser movilizada en un futuro (la denominada estrategia de la doble cara).

El apoyo de la población en las zonas de guerra, y fuera de ellas, resultó de gran importancia, tanto para el ejército como para el FMLN. Ambos desarrollaron programas y estrategias para ganarse ‘los corazones y las mentes’ de la población. Tanto el FMLN como el ejército reconocían que la guerra era en gran parte una lucha política. Byrne (1996:121) sostiene que este era sobre todo el caso en el período entre 1984 y 1989, cuando surgió una situación de jaque entre el ejército y la guerrilla.

Arena política y sociedad civil
ARENA y el PDC se enfrentaron desde 1982 en la ARENA política. El PDC se reveló hasta 1985 como el partido más fuerte en las elecciones, aunque en 1982 ARENA obtuvo junto con el PCN la mayoría en el parlamento. Duarte ganó en 1984 las elecciones presidenciales y el PDC obtuvo en 1985 la mayoría en el parlamento. A partir de 1988 declinó la influencia del PDC. ARENA ganó en 1988 las elecciones parlamentarias y el candidato de ARENA, Alfredo Cristiani, ganó en 1989 las elecciones presidenciales. La política de gobierno de ARENA, con Cristiani como presidente, se enfocó a la liberalización de la economía y al desmonte de la reforma agraria de 1980. Como consecuencia de la militarización y la guerra, la democratización en El Salvador no se había completado, pero la ‘democracia electoral’ inició un proceso de cambios de gobierno basados en las elecciones. Esto era un fenómeno nuevo en El Salvador. Algunos partidos que formaban parte del FDR, ligado al FMLN, decidieron además después de algunos años aprovechar las oportunidades que ofrecían las elecciones. Tres partidos políticos formaron la lista conjunta Convergencia Democrática (CD) para las elecciones de 1988 (Montgomery, 1995: 208). Después de la victoria electoral de Duarte en 1984 hubo de nuevo un poco más de espacio para el desarrollo de actividades políticas. Debido a la represión de comienzos de los años ochenta, las organizaciones sociales habían practicamente desaparecido. La iglesia podía manifestarse en cierto sentido, aunque ésta había tomado un rumbo más moderado después del asesinado del arzobispo Romero en marzo de 1980. Hacia 1983 la organización popular más grande era la Unión Popular Democrática (UPD), que tenía en el campo a la mayoría de sus seguidores, se había beneficiado de la reforma agraria y apoyaba a Duarte (Montgomery, 1995:176). El número de nuevas organizaciones sociales creció desde 1984. Estas incluían sindicatos, organizaciones privadas de ayuda para el desarrollo, organizaciones defensoras de los derechos humanos, organizaciones de refugiados y organizaciones femeninas. Casi ninguna de estas organizaciones se podía ver independientemente de los contrastes políticos en el país, estando todas ellas ligadas a uno u otro partido político (PDC o ARENA) o al FMLN. Las fuerzas sociales apenas podían escapar a la antítesis insurgencia – contrainsurgencia, dominante durante la guerra. Un ejemplo de esto lo constituye la radicalización de un número de movimientos urbanos en 1986. Esto llevó a la creación de la cúpula sindical unts, que estaba fuertemente ligada al FMLN. Para ofrecer un contrapeso fue fundado poco después unoc, ligado al PDC. Estas organizaciones recibían a menudo financiación internacional, tal como se tratará extensamente en el capítulo siguiente. La apertura política de los años ochenta tuvo sin embargo consecuencias mínimas para el poder de los militares. Bajo los gobiernos de Magaña (1982 – 1984) y Duarte (1984 – 1989) se redujo en algo la influencia de los militares en la administración pública. El ejército ganó sin embargo más autonomía y su rol político no terminó, ya que los militares combatían un enemigo nacional. El poder y la red del ejército en el campo se mantuvieron además en gran parte. Después del traspaso de poder a ARENA aumentó el número de militares en funciones públicas y se acabó con los pocos cambios realizados durante los gobiernos anteriores (Walter & Williams, 1993: 825).

El proceso de paz y last res transiciones

En los años anteriores al acuerdo de paz tuvieron lugar cambios importantes a nivel regional e internacional que hicieron posible las conversaciones para lograr la paz. El acuerdo firmado el 7 de agosto de 1987 en Esquipulas, Guatemala, por los presidentes centroamericanos tuvo en este contexto una gran importancia. Los presidentes de El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Honduras y Costa Rica acordaron en el denominado Acuerdo de Esquipulas II que ninguno de estos países se inmiscuiría en la guerra de otro y que cada gobierno iniciaría un diálogo con la oposición armada y llamaría a la celebración de elecciones libres. Este acuerdo resultaba original debido a la mínima participación de los Estados Unidos en su formación. Los Estados Unidos habían perdido temporalmente cierta influencia durante este período, sobre todo como consecuencia del asunto Irán – Contra, pero continuarían desempeñando un papel importante en Centroamérica e influenciando el curso del proceso de paz (Barry & Castro, 1991; Durkerley, 1994).

No fue el presidente Duarte quien logró adelantar negociaciones serias con el FMLN, sino el gobierno del presidente Cristiani, quien había llegado al poder en 1989. Cristiani hacía parte del ala moderada de ARENA y había prometido en su discurso inagural adelantar conversaciones con el FMLN. Dentro de ARENA se produjo a este respecto una gran polémica. Después de que se realizaron las primeras conversaciones en octubre de 1989 entre el gobierno y el FMLN, en las que también estuvieron presentes los militares y el arzobispo, los militares declararon no estar dispuestos a permitir negociaciones que socavaran el aparato militar. Cristiani declaró estar de acuerdo con ellos. Las negociaciones fueron interrumpidas a raíz del atentado contra las instalaciones del sindicato izquierdista FENASTRAS. Como consecuencia de esto, el FMLN decidió acelerar los planes para perpetrar un ataque aún mayor a la capital. El FMLN inició el 11 de noviembre de 1989 una ofensiva que llevó a la guerrilla hasta San Salvador. La dirección del FMLN se había sin embargo convencido que sólo las negociaciones que llevaran a la democratización, podrían producir algún resultado. Pero para una mayoría de los guerrilleros ‘la revolución’ había sido siempre la meta esencial y era todavía la motivación más importante de su lucha. La ofensiva contra la capital mostró que el FMLN era todavía militarmente fuerte y que éste no había ido a las negociaciones como consecuencia de su debilidad (como afirmaban los militares) sino como resultado de la situación de jaque en que se encontraban los dos bandos. Esto fortaleció la posición del FMLN en las negociaciones. Luego de la ofensiva, los Estados Unidos aumentaron su presión sobre el gobierno salvadoreño para que iniciara negociaciones serias. El asesinato en noviembre de 1989 de los seis jesuitas que trabajaban en la UCA, su criada y la hija de ella, motivó a los Estados Unidos a suspender su ayuda militar al gobierno salvadoreño (Acevedo, 1992; Dunkerley, 1994; Montgomery, 1995).

Los desarrollos internacionales se reflejaban en este proceso. Sin la caída del Muro de Berlín y la distensión política entre las dos potencias, las negociaciones en El Salvador no se habrían formalizado tan rapidamente. Los Estados Unidos permitieron por esta razón la mediación de las Naciones Unidas. Luego de la derrota electoral de los sandinistas en febrero de 1990, aumentó en los Estados Unidos la confianza en el proceso de negociaciones y elecciones libres, que podia llevar a resultados satisfactorios. La mediación de las Naciones Unidas tuvo importancia sobre todo en lo que se refería al contenido. Entre abril de 1990 y comienzos de 1992 se adelantaron negociaciones bajo la dirección de Alvaro de Soto, la mano derecha del secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar (ONU, 1995). Estas negociaciones mantuvieron la tensión hasta el último día, debido a que sobre todo los militares se mostraban cada vez opuestos al acuerdo. La presión de la comunidad internacional y de los Estados Unidos llevó a finales de 1991 a la firma de una importante declaración, en la cual se estipuló a grandes líneas el acuerdo de paz. El 16 de enero de 1992 se firmó el acuerdo final en el castillo de Chapultepec, en Ciudad de México. Con este acuerdo se cerraron finalmente los acuerdos parciales firmados anteriormente. El 1 de febrero de 1992 se inició la implementación de los acuerdos.

Acuerdos de paz
Las medidas más importantes en el acuerdo de paz debían llevar a la desmilitarización y la democratización de la sociedad salvadoreña. Este proceso comenzó con un cese al fuego que entró a regir a partir del 1 de febrero de 1992. El FMLN desmontaría sus estructuras militares y destruiría sus armas. Una parte importante del acuerdo trataba sobre el papel de los militares y los servicios de seguridad. Los militares perderían muchas de sus funciones y quedarían sujetos al control de las fuerzas civiles. El ejército sería reestructurado y saneado. Junto a esto, los conocidos servicios de seguridad como la Policía de Hacienda y la Guardia Nacional serían abolidos para dar paso a una nueva policía civil, la Policía Nacional Civil (PNC). En los acuerdos se había redactado también una serie de parágrafos sobre las reformas del sistema judicial y electoral. En el campo económico y social los acuerdos fueron notablemente menos ambiciosos. Se había decidido la formación de un foro donde se encontrarían los trabajadores, los patrones y el gobierno, y la ejecución de un plan de reconstrucción nacional (Acevedo, 1992; PRN en ECA 519-520). Se acordó que militares, guerrilleros y gente que se había posesionado ilegalmente de tierras (en su mayoría simpatizantes del FMLN) podrían acceder al reparto de tierras (ver capítulo 3). Se estableció una comisión nacional (COPAZ) conformada por representantes de los partidos políticos, el gobierno y el ejército, que tendría a su cargo la supervisión de la ejecución de los acuerdos. El control del cumplimiento de los acuerdos de paz quedó en manos de la Organización de las Naciones Unidas en El Salvador, una organización especial de la ONU en El Salvador (ONU, 1995).

Transiciones
El proceso de la posguerra en El Salvador puede ser analizado con base en tres transiciones (Torres Rivas y González-Suárez, 1994), a saber: (1) la transición de la guerra a la paz; (2) la democratización de la sociedad salvadoreña y (3) la liberalización de la economía salvadoreña. Todas estas tres transiciones tienen una dinámica propia, pero están estrechamente relacionadas. La transición de la guerra a la paz y la pacificación de la sociedad salvadoreña están relacionadas con los cambios económicos y políticos en el país. Con la finalización de la guerra civil se rompió con una dinámica de polarización y confrontación político-militar. Esta dinámica había surgido en la segunda mitad de los años setenta y tenía sus raíces en un sistema político autoritario y en una economía organizada en torno a una pequeña oligarquía. La finalización del conflicto armado fue un proceso en sí mismo: los militares se retiraron a sus bases y los guerrilleros a los campamentos levantados especialmente para ellos; la Comisión de la Verdad investigó las violaciones de los derechos humanos, mientras que los aparatos militarizados de la policía debieron dar paso a un aparato de policía civil. ONUSAL desempeñó un papel de mediadora en este proceso y estuvo presente hasta 1995 en todas las anteriores zonas de guerra en el país. El contraste entre el gobierno y la oposición, que había determinado hasta entonces el campo de fuerzas político, se mantuvo, pero como consecuencia de la desaparición de la dinámica de guerra se crearon espacios para nuevas iniciativas políticas y civiles. La segunda transición, que marcó el paso de un régimen autoritario y military hacia una sociedad donde los mecanismos democráticos desempeñaban un papel principal, recibió un impulso a través de los acuerdos de paz salvadoreños. Ya en los años ochenta se había iniciado la democratización, en la cual se le daba una gran importancia a las elecciones. Tal como ya se anotó en este capítulo, este proceso de democratización fue limitado. El proceso político después de 1992 se diferenció substancialmente del que se llevó a cabo antes de y durante la Guerra civil, debido a la desmilitarización del sistema político salvadoreño, el respecto por los derechos humanos y una serie de reformas constitucionales. Las elecciones de 1994, en las que se eligieron presidente de la república, nuevo parlamento y concejos municipales, fueron denominadas por esta razón ‘las elecciones del siglo’ (Spence y otros, 1994). El FMLN participó en ellas como partido político y sin haber cambiado su nombre, teniendo la posibilidad de adelantar abiertamente una campaña política y movilizarse por todo el país.

El desarrollo más importante en esta transición democrática lo constituyó el encuentro de los anteriores enemigos en la ARENA política. En las elecciones de 1994 el FMLN obtuvo el 25% de los escaños en el parlamento, así como 48 de las 262 alcaldías. ARENA fue el gran ganador de las elecciones. Su candidato, Armando Calderón Sol, fue elegido presidente y sucedió a Alfredo Cristiani. Este partido, que en el pasado había sido relacionado con los escuadrones de la muerte y que tenía una gran influencia entre la élite económica del país, ganó entonces las elecciones por distintas razones: ARENA disponía de suficiente dinero para financiar la campaña electoral, se mostraba con éxito como ‘creador de la paz’ y combinaba esto con la ideología nacionalista que había acogido desde su fundación. El partido utilizaba en su beneficio la desconfianza en las capacidades políticas de la ex-guerrilla. Había además problemas en el registro de población en las zonas ocupadas hasta 1992 por el FMLN. ARENA utilizaba de manera moderna los medios de comunicación de masas, explotaba los sentimientos de temor por la guerra y la violencia y continuaba con una cultura política en la cual los electores se identificaban con el partido ‘de gobierno’ o con el partido de oposición.

Las elecciones de 1997 para el parlamento y los concejos municipales mostraron un cambio importante. El FMLN mostró que podía contar con un apoyo mayor, convirtiéndose en un serio rival para ARENA. Las fracciones de ARENA y el FMLN en el parlamento fueron casi igual de grandes a partir de junio de 1997 y el FMLN obtuvo resultados especialmente positivos en las grandes ciudades del país, entre ellas San Salvador y algunas ciudades aledañas. El FMLN, que luego de las elecciones de 1994 había sufrido una crisis interna, se convirtió en un factor de poder real, ya fuera solo o en combinación con pequeños partidos del centro. Poco antes de las elecciones de 1997 ARENA sufrió una profunda crisis interna. Los escandalos de corrupción, la estructura jerárquica de su organización y el descontento sobre la situación económica le hicieron perder votos. ARENA se recuperó sin embargo para las elecciones de 1999, que fueron ampliamente ganadas por el candidato moderado Francisco Flores. Como resultado, los viejos rivales tuvieron que encontrarse en la ARENA política, disputándose el poder político. Estos desarrollos pueden considerarse como una ruptura revolucionaria con el pasado. La guerra civil produjo indirectamente un sistema politico liberal-democrático, aunque esta no hubiese sido la intención inicial del FMLN. Debido a que estas reformas políticas fueron impuestas por un movimiento revolucionario, este proceso puede ser considerado como una democratización ‘desde abajo’ (Paige 1998:330-7).

La tercera transición es aquella de una economía agraria con un sector industrial relativamente pequeño y protegido que pasó a convertirse en una economía abierta en la que se intentó promover y diversificar la exportación a través de una (nueva) integración con la economía mundial. El gobierno de Cristiani adelantó una política económica neoliberal y limitó la influencia del estado en la economía. Puso término al monopolio estatal en la exportación del café y el azúcar y privatizó de nuevo el sistema bancario. Las cooperativas que habían surgido como resultado de la reforma agraria de 1980 fueron presionadas para dividirse en pequeñas empresas particulares. Los bancos quedaron de nuevo en manos de familias que pertenecían a la vieja oligarquía, lo que llevó a una fuerte concentración del capital bancario (Briones y Ramos 1995:22). Este nuevo sector bancario orientó sus intereses, junto con el sector comercial, hacia las consecuencias económicas de la emigración salvadoreña hacia los Estados Unidos. Cerca de un millón de salvadoreños (una quinta parte de la población) trabajaba a mediados de los años noventa en los Estados Unidos y enviaba regularmente dólares a sus familias en El Salvador. Estas transacciones bancarias superaron paulatinamente los ingresos tradicionales provenientes del café. Junto con el dinero llegado por concepto de ayuda para el desarrollo, estas transacciones formaron cerca del 20% del producto nacional bruto (FUSADES, 1996). La nueva élite financiera obtuvo los beneficios de este desarrollo y una posición influyente, en parte a costa de los sectores agrario e industrial (Mena & Arriola, 1995). Como consecuencia de estos desarrollos, la producción de café ya no es la columna vertebral de la economía salvadoreña. El café sigue constituyendo el principal producto de exportación agrario y formó en 1995 el 36% del valor total de las exportaciones (FUSADES, 1996).

La política neoliberal de los gobiernos de Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol resultó beneficiosa para la nueva élite financiera. Las consecuencias de esta política parecieron en un primer momento favorables. Produjo (también en los últimos años de la guerra civil) un crecimiento del PIB, mientras la inflación se mantenía a un bajo nivel y se limitaba el déficit presupuestal (FUSADES, 1996). Ante este crecimiento surgieron sin embargo interrogantes desde distintos lados. Se critica sobre todo la dependencia de la corriente de dólares que entraba al país (Boyce, 1996; Umaña, 1997). La gran corriente de dólares hacia El Salvador mantiene bajo el precio del dólar, lo que hace poco atractivas las exportaciones. Por esta razón se desarrollan insuficientemente la agricultura y la industria. Existe la pregunta si este desarrollo puede generar a largo término un suficiente crecimiento económico. Aunque las cifras oficiales sobre la pobreza solo han bajado ligeramente y el reparto de ingresos sigue siendo muy desigual, la emigración de salvadoreños hacia los Estados Unidos ha tenido sobre todo un efecto suavizador.

Conclusión
Una élite pequeña con intereses en el cultivo y la exportación de café dominó la sociedad salvadoreña desde comienzos del siglo diecinueve hasta la guerra civil. A pesar de la modernización de la economía salvadoreña después de la Segunda Guerra Mundial, el café siguió siendo la columna vertebral de la economía. En este período también tuvieron lugar algunas reformas políticas, que fueron desmontadas cuando la oposición (moderada) se hizo demasiado fuerte. Esto se demostró sobre todo con los fraudes electorales de 1972 y 1977. La falta de oportunidades para traducir en reformas y por la vía parlamentaria la oposición y el descontento crecientes, estaba estrechamente relacionada con los intereses de una pequeña élite de latifundistas. La concesión de más libertades políticas y de un espacio para la oposición hubiese llevado a la larga a una reforma agraria, que iría en contra de los intereses oligárquicos. Los militares no permitieron hasta 1980 que esto sucediera. El último medio que utilizaron fue la represión y el fraude. Pero los militares intentaron también consolidar su poder de otras maneras. Participaron ellos mismos en política (PCN) y organizaron a la población en el campo (ORDEN).  Los movimientos revolucionarios intentaron comprometer consigo a los movimientos sociales o fundaron ellos mismos sus propios movimientos. Aunque la estrategia y los objetivos de estos movimientos diferían en muchos puntos de los expuestos por los militares, existía también aquí un encadenamiento de estructuras políticas y militares. En términos de ‘associational cultures’, los años setenta y ochenta se caracterizaron por la politización y la militarización de la sociedad civil. Las distintas organizaciones y los movimientos sociales estuvieron casi siempre ligados con uno de los partidos en lucha. Las tres transiciones discutidas en este capítulo están estrechamente relacionadas entre sí. La estructura económica cambió durante la guerra civil, la oligarquía cafetera perdió importancia y esto permitió la democratización. Resulta paradójico que la democratización haya comenzado ya durante la guerra civil. El año de 1992 fue sin embargo escenario de un cambio importante. Se rompió entonces definitivamente con la dinámica de la confrontación político-militar, que tenía sus raíces en el sistema político autoritario y en la estrategia de lucha contra la rebelión desarrollada por los Estados Unidos. Los militares se retiraron a sus bases y dejaron de desempeñar el rol político que se habían atribuido desde 1931.

En combinación con una serie de reformas constitucionales, la desmilitarización le dio un contenido al proceso de democratización. Las organizaciones de ayuda para el desarrollo tuvieron que orientarse hacia estas nuevas relaciones. En el capítulo siguiente trataré el rol desempeñado por la ayuda internacional durante la guerra civil y los años que siguieron.

Published in:  Chris van der Borg – Cooperación externa, gobierno local y reconstrucción posguerra – ISBN 978 90 5170 748 9 – 2003




Vivek Wadhwa – In Chile’s Slums, a Lesson in How to Make Apps for Social Good

www.washingtonpost.com. April, 2, 2012 – How many of the hundreds of thousands of mobile phone applications seek to do truly great things, such as lift people out of poverty or improve health care for the poor?
The App Economy, to date, has largely touched the lives of those living in the developed world. This is due, in part, to the high cost of smart phones but also because app development has lacked real vision and purpose. I have found that Silicon Valley, generally speaking, doesn’t build apps to save the world or lift people out of poverty. It builds them to sell Angry Bird t-shirts and generate lots of virtual currency.
The folks at Centro de Innovación in Santiago, Chile, aim to change that.

I met Julian Ugarte, an Industrial designer, and his team during a recent trip to South America, and I was blown away by what they are trying to do. On March 22, Ugarte and Centro de Innovación launched a contest with Movistar — a mobile subsidiary of Telefonica — and TechoLab, a non-profit subsidiary of Un Techo para mi País (UTPMP) — a pan-Latin American NGO that dispatches youth volunteers on projects to eradicate the extreme poverty that affects tens of millions in Latin America. A $10,000 prize will be given to each of the creators of the best three apps that address problems facing the millions of people living at the bottom of the pyramid (BoP).

Read more: V. Wadhwa – In Chile’s Slums a Lesson in How to Make Apps for Social Good




Awareness Is Power: Tactics For Staying Safe In Violent Spaces

Unfinished Structure – Photo by author

Violence is everywhere (Lindiwe, Hector Peterson Residence).

In order to understand the concept ‘awareness’, Hastrup’s (1995) explanation of consciousness is invaluable, especially to identify with people’s behaviour in violent situations. She explains that our patterns of thinking are not subject to paths of practical reason, but that we rather constantly reformulate our whole existence through our actions; a reconsideration of our ideas of consciousness is thus necessitated (ibid.: 99). Hastrup reminds us that we are inarticulate and that expression is not limited to the verbal. Expression, rather, takes place in various forms (ibid.).

Given Hastrup’s suggestion to understand consciousness from multiple angles, we approach a field within which questions of ontology and methodology join: how do people think and how do we know? (ibid.; Ross 2004: 35). What tools should anthropologists use to access these forms of consciousness that are so intertwined in social space, affecting it, being affected by it and being its defining capacity? In an environment of violence, students are affected, they can potentially have an influence on this through the tactics they use to stay safe and, at the same time, can become the defining capacity of such an environment. These are among the dynamics involved in conceptualising ‘awareness’ of potential danger in potentially dangerous areas. This awareness is positioned on various levels.

We cannot fully comprehend other people, except through structured imagining or ‘intuition’, perhaps deducing part of their implicit reasoning from its (‘intuition’s’) various expressions. Knowledge is not directly and exclusively expressed in words. Situating knowledge in experience rather than in words and, consequently, in the recentred self rather than in the floating mind, changes the location of knowledge. It is largely unexpressed and reserved in the habit-memory, and not exclusively in the brain. Even when they are conscious of the environment of which they are part, this involves a degree of inarticulacy on the part of human agents (Hastrup 1995: 99-100). I argue that knowledge of a violent environment (informed by experience, stories or witnessing) becomes inscribed in students’ bodies through habituation; the tactics used to stay safe are thus relocated in expressed, and (very importantly), unexpressed consciousness. Therefore, bodily experiences (in addition to the exchanging of stories, investing in a technology of safety, and exchanging gossip in social networks) of being in the world inform our knowledge of violence and the way we distinguish between the safe and unsafe (Lindegaard and Henriksen 2004: 46). It is in this light that the concept ‘awareness’ is employed throughout this chapter.

Space, violence and resistance
Former notions of space regarded it as merely an area which is permeable, neutral and accessible to all. But more recently ideas of space suggest that it is never neutral, and even, as the history of South Africa’s spatial planning proves, that spatiality is overwhelmingly ideological (Ross 2004: 35). According to Michel De Certeau (1988, cited in Ross 2004: 35), to understand a place is intimately related to one’s own position in it. This suggests that the views of onlookers or passers-by will differ from those of people who more permanently occupy the space ‘looked onto’. Ross thus argues that employing spatiality entails an engagement with the emotion and the sensual in everyday life, which would otherwise be ‘alien’ (see also Clifford 1998: 35). Moreover, these spaces are also very fluid and experiences of them differ from person to person. What can be a space of opportunity for a robber is a space of threat and potential loss for another person. While some use the space for calculating escape in situations of robbery, others use it to confront and retaliate. Furthermore, gender and age do not necessarily occupy space in the same ways – movements are moulded by (unwritten) social rules dictated by violence and fear. Space also mutates with time. The scene of laughter can be a scene of murder the next moment, and the same spaces are experienced differently by different people who occupy them. ‘The encoded body and killing zone bec[o]me sites of a transaction where residual historical and political codes and terror and alterity [a]re fused, thus transforming these sites into repositories of a social imaginary’ (Feldman 1991: 64). Spaces of violence may also expand, given the involvement of witnesses or people who come to the assistance of somebody who is being violated.

This brings me to how the concept ‘tactics’ will be employed in this section. There is a number of ways in which the ‘powerless’ employ tactics in negotiating ideologies (notions of who should stay away from certain spaces and when) of proper living. With respect to the definition of ‘tactics’, De Certeau explains:

A tactic is a calculated action, determined by the absence of a proper locus. No delimitation of an exteriority, then provides it with the condition necessary for autonomy. The space of a tactic is the space of the other. Thus it must play on and with a terrain imposed on it and organized by the law of a foreign power … (1984: 36-7).

Later on, he elaborates that:

Tactics are procedures that gain validity in relation to the pertinence they lend to time -to the circumstances which the precise instant of an intervention transforms into a favorable situation, to the rapidity of the movements that change the organization of a space, to the relations among successive moments in an action, to the possible intersections of durations and heterogeneous rhythms, etc. (1984: 38).

Ideology, he argues, is a product of power, a strategic practice, which is used by the weak. The weak or the marginalised resist ideology through tactics and reproduce it to new ends, although for moments at a time. Although they resist, they do not change the broader structural order. As a result of restrictions imposed by for example race, class and gender, they must manage within an ideological space and within broader structures of power. This is achieved through everyday practices of appropriation and consumption, with which people create room to move. These practices take place in a realm divided into two fractions: one where strategy and production occur (powerful/apartheid/segregation) and one where consumption and tactics (weak/segregated/victims/survivors) occur, as a result of which the differentiations within the group of the weak – or the strong, for that matter – become indistinguishable. For instance, in the vicinity of the University of the Western Cape elements of violence (e.g. robbers or murderers) use tactics in relation to the broader structural order – state institutions – and engage in strategic practices toward other people (student victims of violence). The ideology is the existing segregated townships known as the Cape Flats inherited from the apartheid regime which forms part of the broader structural order. Hunted and troubled by intense state interventions, the elements survive through the strategic domination of territory (the vicinity of campus) (Jensen 2001: 32).

Strategies, on the other hand, are the ‘forces’ (structural violence, e.g. racial segregation that caused poverty and crime) that place the people on the Cape Flats in positions where they need to protect themselves (Jensen 2001: 31). Tactics are thus used to resist the strategies (structural order), which is expressed in the forms of violence students are exposed to in the vicinity of UWC.

Lindegaard and Henriksen (2005: 44), on the other hand, use the word ‘strategy’ instead of ‘tactic’, and use it similar to the way Bourdieu (1990) does. According to them, strategies are acts of awareness which are rarely deliberate and reflected upon. Although the term is potentially confusing given its strong connotations to rational choice theory, it refers to social agents’ continuous construction in and through practice (Bourdieu and Wacquant 1992: 129). On the one hand strategies of safety are rational since they make perfect sense to the agent, yet on the other hand, these acts are not necessarily expressed or well-planned. I use the word tactic instead, especially to emphasise structures surrounding the university that students resist. In addition, although these tactics are used daily, they do not necessarily change the general social order (poverty, unemployment, crime and so forth). It is here where the significant distinction lies that I make.

Experiences of violence

The violence experienced by students who stay in Hector Peterson Residence and Belhar mostly takes place en route to campus. Students from Hector Peterson Residence are more prone to experiencing violence than those who stay on campus because they move around in places that are considered dangerous, especially the route to campus. At Symphony Way and between the hostel and campus, students have been robbed and stories of rape and attempted rape are told about this area. Furthermore, taxis in the vicinity of Belhar pose additional safety hazards by being the sites of robberies and by being linked to drivers known to be reckless. Students tell stories about their experiences and this serves as a warning to others.

When I took a taxi from the hostel to Delft one Sunday afternoon, I got a great shock when a man sitting in front of me pulled out a gun and demanded money from the taxi guard at gunpoint. Other people in the taxi looked at the man and he asked them what they were looking at, probably to avoid them looking at his face. The money the man received from t he guard was probably enough because he did not harass the other passengers. The driver sped off after the incident and then stopped to tell another taxi driver along the way what happened, in Afrikaans. I cannot really understand Afrikaans, but gathered from their conversation that they wanted to get hold of the man (Peter, Hector Peterson Residence).

Whether they stay in Hector Peterson Residence or in on-campus residences students generally may experience violence in taxis since all residents need to travel to Bellville or other surrounding areas for shopping, religious reasons, research or extra-mural activities. Lindiwe also found herself in a situation which could have led to gun violence:

Violence is everywhere and just the other day when I took a taxi from Bellville, the guard instructed somebody to sit in a specific seat in the taxi. An argument ensued and the guy next to me pulled out a huge gun. I demanded to get out of the taxi, but the guard asked what happened. I told him to open the door first and then ask questions. I got out as fast as possible. The guy with the knife ran away but his friend sat in the front of that taxi. Because the guard got hold of the friend, he was beaten up (Lindiwe, Hector Peterson Residence).

Viewing violence as omnipresent is a way of staying safe because it reminds students to be on guard all the time as it might happen at any time and in any place. If they are not constantly aware of their environment they can become unsafe. Thus students continuously draw on tactics of safety to keep out of harm’s way.

The question of safety when in a crowd
The safety perceived to ensue from being in a crowd, for instance in a confined public space like a taxi, was shaken in the examples of Peter and Lindiwe. When a number of people are together in a small confined space, they tend to feel safe. The presence of others sets aside danger and sociability works to ease fear (Ross 2004: 39) – until a gun is pulled out. Yet the supposed safety found in a group can be largely imagined. The safety felt when in a crowd of people is based on the assumption that others will come to one’s assistance when needed. Accordingly, when people are alone they feel more powerless against potential violence (Lindegaard and Henriksen 2004: 55). Yet in this study it was evident that students often do not come to the assistance of others who they perceive to be under threat. This is mostly because they are afraid that by intervening they might become violated themselves. This is especially the case with female students who see it as risky to get involved since intervening may be to their own detriment.

I heard a desperate cry coming from my neighbour’s room in HPR early one evening. I was unsure from which room the cry came so I stepped out into the corridor to see if I could spot the room. Standing in the corridor I was uncertain whether I should intervene out of fear for the perpetrator turning on me. Instead I decided to retreat to my room and fortunately the security staff came and I later heard that it was a guy beating his girlfriend in her room. What led to my uncertainty to intervene is the xenophobia I often experience in taxis. When people are treated badly by the drivers or taxi guards, I noticed that other passengers simply ignore it. This gives me the feeling that if I should intervene to help a victim and the perpetrator turns on me, other people will not support me (Synthia, Hector Peterson Residence).

Awareness of the possible consequences of intervention therefore holds Synthia back and keeps her safe. She does, however, feel torn between not helping and intervening and in a different setting (Malawi) she would be more willing to intervene. Testing the level of safety in situations is therefore necessary, although students may be more willing to take risks when a significant other is in danger. Mary also fears that when she is in trouble people around will not help her.

I fear that when someone rapes me nobody will intervene while it happens. In Nigeria this will not happen, because other men will run after the offender and beat him up (Mary, Eduardo Dos Santos Residence).

A sense of camaraderie in Nigeria therefore contributes to a feeling of safety for Mary, as well as the fact that she knows justice will be served because offenders will pay for the consequences of their actions. Men act as protectors and the bearers of justice. Because she fears that bystanders in Cape Town will not help her should something bad happen to her, she always walks with fellow students when she goes to her department on campus at night, again confirming that the mere presence of people, especially people who are not complete strangers, is a tactic of safety.

Phumzile experienced an incident where her bag was snatched from her in a public space. Bystanders did not intervene. The bag-snatching took place in Symphony Way where taxis drop off passengers or pick them up.

I saw two guys sitting on the opposite side of the road and it looked to me as if they were waiting for a taxi. When I stepped out of the taxi I saw the two guys move toward me, but I thought they were crossing the road because they were walking to Extension. But then they came toward me, one guy with his hand under his top as if hiding a knife or a gun (I did not see him with anything while he sat waiting) and walked to me as I walked backwards but he then got hold of my bag. I shouted and one guy ran away, but I held onto my bag the other guy held and there was a struggle. At one point the bag was on his side and I held onto the straps. He managed to get hold of the bag and ran off. I followed the guy and ran closely behind him. The guy couldn’t even run. My adrenalin was pumping and I was determined to get my bag, but the guy managed to escape. I told a traffic officer who came by that I had been robbed, but he just went off on his own after I thought that he would help me see if I could get hold of some of my belongings. People passed by asking what happened, but nobody would come up with a solution. My cellphone, cards, ID were in the handbag and it meant that I had to start afresh (Phumzile, Hector Peterson Residence).

Belhar is a predominantly coloured area and racism is often rife in such communities especially towards blacks (see Adams 2005: 9; Du Preez 2005: 14). It is possible that the traffic officer and bystanders did not help Phumzile because she was a black woman. Studies show that whites in America are more likely to help whites in emergencies than blacks (Bryan and Test 1967; Gaertner 1971; 1973; Piljavin, Rodin and Piljavin 1969; Levine et al. 2002). This is not conclusive in the decision not to intervene, however, since other factors may play a role as well. Bystanders may also decide against helping victims depending on the costs involved (Gaertner 1975: 95). On the other hand, Levine (1999: 12) explains that bystanders also interpret incidents a certain way and that the incident needs to be contextualised. People’s accounts of their interpretations of incidents shed light on their decision not to intervene. Not helping a victim, especially when a weapon or threat to be physically harmed oneself is involved, can also be a way to stay safe.

While making a telephone call in Parow one Saturday morning, a guy held a friend of mine at gunpoint. She called me to draw my attention, and thinking she was teasing and not turning back immediately, I turned around eventually to see what was happening. The guy holding the gun was very nervous because his fingers were trembling on the trigger. I thought that I could easily fight the guy, only if the lady were not there. I simply handed my cellphone over. Other people walked by without offering any support and Saturday mornings are very busy around shopping malls. If I were alone I would have held the guy’s hand up to empty his cartridge, and then would have beaten the guy up (Collin, Hector Peterson Residence).

At the same time the response by a group of people against someone who offers violence can equally help everyone to keep safe, as is mentioned by Bulelwa. She said that in Johannesburg, where she comes from, people stand together against violence.

Everybody has this idea that Jo’burg is rough but people can talk on their phones when walking in the streets. Even in the townships. Hillbrow and Yeoville are rough where the Nigerians are though. At the taxi rank near home the taxi drivers will beat someone up if they steal a cellphone. Here people can get away with it and the others will do nothing. So back home there is more unity (Bulelwa, Coline Williams Residence).

In Nigeria, according to Collin and Mary, and in Johannesburg, according to Bulelwa, bystanders would fight the perpetrator. According to Chekroun and Brauer (2002), people are more likely to exercise ‘social control’ in high-personal-implication situations. They define social control as ‘any verbal or nonverbal communication by which individuals show to another person that they disapprove of his or her deviant (counternormative) behaviour’ (Chekroun and Brauer 2002: 854). Put differently: if people feel a personal threat in situations where they see someone else being held at gunpoint, they are more likely to intervene, and thus contribute to restoring order in a sense.

Latané and Darley (1970) cite instances where victims of murder and other offences were left unattended even after the assailant had already left. In one instance a switchboard operator who was raped and beaten in her office in the Bronx ran outside the building naked. Forty people surrounded her and watched how the assailant tried to drag her back into the office and none of them interfered. Two policemen happened to pass by the incident and arrested the assailant (Latané and Darley 1970: 2). The authors conclude that if bystanders fail to notice, interpret and decide that they have personal responsibility toward the victim, they are less likely to intervene. In addition, the presence of other people is more likely to keep a bystander from rescuing a victim. These explanations help understand the possible thinking processes involved in people’s decisions to intervene when seeing something bad happen to somebody.

When drastic situations call for extreme tactics
Using the train to commute around Cape Town is known to be risky and many commuters have experienced violence of one or other form (Marud 2002), leading to protests against the absence of security on trains. A number of participants in this study also told of frightening experiences they had on trains. Other stories tell about people who were robbed in trains, especially trains that run along Cape Flats lines. Such stories are part of the symbolic order students create to stay safe. Because of such stories students avoid commuting by train. Here follow stories told by two students who survived after they had no choice but to jump from the train.

At every station stop I raised my head from the book I was reading to check who get on and off and at one stop 4 guys boarded the train. Although I found it strange that they were standing since there were vacant seats, I resumed reading. A commotion and people scurrying drew my attention to those 4 guys. I had heard about gangsters who rob people, but it was clear that these guys were not interested in people’s belongings, so they must have been out to kill. It was very surreal, and even seeing one of the guys stabbing an old man repeatedly with a knife, seemed like a dream to me. Women ran around in the carriage and it dawned on me that I needed to do something fast. The window behind me was fortunately broken and I told myself that I needed to jump because the guys were coming my way. I told myself this continuously to convince myself and looked out the window to scan the railway track in search for poles. I previously heard that when people jump from trains, the poles along the tracks are what kill them. Fortunately there were no poles. I knew that the same knife that killed the old man was what would kill me. The train fast gained momentum and as it did so, I moved out of the train through the window frame, held on the outside and jumped. Fortunately there was no oncoming train otherwise I would have been killed. I moved as I fell so as not to do too much damage to one part of my body especially, my head, but could not avoid bashing my forehead. I lost consciousness from the fall. Security guards patrolling the tracks found me and they took me to the next station. Later I learned that people in that train were thrown off by those guys (Peter, Hector Peterson Residence).

Because Peter had to use the train to commute, he had his own safety tactic while he was doing so – he looked at the doors at every stop, making a ‘mental’ note of potentially threatening people who boarded. This tactic was informed by stories he heard about what happened to other commuters who were robbed in trains and he used it to stay safe. His tactic was also based on a tacit embodied response to what made him feel uncomfortable or raised a feeling of potential threat in him. His first clue was that the four men remained standing although there were seats available. When he saw the men stab someone his response was almost wholly embodied, initially making it seem like a bad dream. When he realised that jumping out of the train might be all that could save him, he drew on other peoples’ stories, informing him that, 1) he could jump and might survive, and, 2) that hitting a pole might kill him. Before jumping he scanned the railway tracks for poles. Grabbing onto the window frame and hanging outside for a moment was apparently almost instinctual, as was the realisation that he should try to fall in a way that would not damage his head. As Lindegaard and Henriksen (2005) argue, the body is socially informed – one perceives and experiences the world in an embodied way, while at the same time also ‘learning’ how to behave and respond in bodily ways, albeit often without thinking about it consciously (cf. Csordas 1994; Bourdieu 1990).

Phillip also had a horrible experience on the train. He traveled first class on the train – another tactic of safety since the tickets are more expensive, and therefore a ‘better class’ of people will supposedly travel first class. According to Philip:

The train was full of passengers and I was in a first class carriage. Then at Belhar Station most of the people got off and there were only three remaining, me and two other passengers. At that point I was busy reading a letter my brother sent from home and was not paying much attention to my surroundings, but four guys stepped onto the train when it stopped. The next thing I saw was those guys pulling out knives and they started stabbing people. People rushed to each other so that they could be together and my hand was stabbed because I tried to stop one guy. Then the guys started throwing us off the train through the windows. One man died instantly as his head hit the ground, but I and two others survived. This happened below the bridge at Spa and men were playing cricket close by. I could not get up after the fall and told the guys about what happened without realizing that I was bleeding. Metro Rail Security then came and called the ambulance who took me to Delft clinic, while the others went to Groote Schuur Hospital. Staff at the clinic was not very helpful and did not even x-ray me. They just stitched me up. I did not even bother taking it up with them because it would not help, so I just returned there to have the stitches removed (Phillip, Hector Peterson Residence).

In extreme situations such as the one in which Peter found himself, people in the area of Belhar and students at UWC particularly, are forced to think fast to save their lives. After Peter’s traumatic experience, he never used the train again. Since Collin (see his story further in this chapter) and other students learned of Peter’s experience, they never take the train anymore. I also hardly use the train unless someone accompanies me. The few occasions on which I actually used the train, I felt very uncomfortable. As I sat in a deserted carriage in front of broken windows it conjured up stories I had heard about robberies and of outsiders throwing bricks at passengers through broken windows. Yet, for some students the train is the only reliable form of transport and they are comfortable using it. Bulelwa, who comes from Gauteng said:

Commuting by train feels very normal. Even wearing my chain and bracelet is fine. I even use my cellphone in the train. At the moment the train is my only means of transport. The train is also cheaper although it is not very reliable because one can be late for an appointment (Bulelwa, Coline Williams Residence).

My own gendered expectation was that Bulelwa, rather than Collin, would be particularly careful of the train. Besides being aware of the possibility that something might happen to her on the train, Bulelwa also behaves with confidence. For her Gauteng is more violent than Cape Town and she feels and behaves as if she is ‘tough’. This is very similar to how I generally behave when walking in the vicinity of the university. Lindegaard and Henriksen give similar examples, but of men who adopt ‘feminine’ strategies of safety, that is, they move together in groups or run fast to cover potentially threatening spaces. Bulelwa and I use more ‘masculine’ tactics and at the same time we also obtain a sense of safety through the idea that bad things only happen to ‘other’ people. By behaving in this way, consciously or unconsciously, we both create a space in which we feel safe, but it may also make us more vulnerable.

The following section looks at the influence gender roles have on the way people create safety for themselves. Information gathered at a workshop at the university helped explore how students relate to each other in terms of gender.

Gender roles
Attending a workshop run by the HIV/AIDS Unit of the University of the Western Cape, it was very interesting to learn what perspectives peer facilitators of workshops hold about what it means to be a man and a woman respectively, especially concerning HIV/AIDS. More interestingly, the men attending the workshop were part of MAP (Men As Partners), and were being trained to facilitate HIV/AIDS workshops on campus. At one point during the workshop men and women formed separate groups and listed things about their gender they were proud of. The women struggled for a long time to think of things they could be proud of, as opposed to the men, and only after a long time managed to list some. Taking a look at the discourses around gender is important when studying violence, since they impact on how women and men view themselves, and each other, in relation to violence. Although their lists might not have been the same had the context been different, or perhaps did not reflect what they would have stated individually, this was what each group listed:

What it means to be a woman
They are able to express emotions without being ashamed of it; give birth; are more sensitive and caring; do not have to pretend that they are strong; can take advantage of men; are happy about affirmative action; make better parents than men; can do anything without being stigmatised, e.g. have a man’s name and not be called a moffie.

What it means to be a man
They were born to lead; can physically dominate; when they speak people listen; have better opportunities and salaries; do not live in fear; can protect; women depend on them.

During this group exercise, women and men took pride in stereotypes pertaining to their respective genders without even realising it. The outcome of this exercise not only mirrors gender roles in broader society, but also the way most of the participants deal with and think about violence. Unlike the men, the women failed to see themselves as initiators, leaders, protectors, speakers, and as being able to physically dominate or protect.

When women and men were asked to say what they could do if they switched gender roles, it was interesting that women failed to see their value as women as opposed to their value if they were men. Men valued themselves both as men and as women. Each group listed what they could do if they were members of the opposite gender:

What women could do if they were men
They would not worry about sagging breasts; could wear the same shirt the whole week; do anything they want to and go anywhere; respect women; break the silence around women abuse; have the physical and financial power to start a war; leave responsibility of children to woman (and just pay the money); have sex with anybody; teach sons not to cry but to ‘be a man’.

What men could do if they were women
They could express their emotions; get their pension at the age of 60; share affection; look after their partner; be open about sex issues to other women; spend more time with the family; be open and honest; get away with lots of things; be loving and caring; break the silence; be conscious about nutrition.

Apart from the fact that women felt they would be freed from sagging breasts if they were men, women also imagined having freedom of movement, sex and action; they identified with being men who respected women, taking the initiative, starting war and fighting against abuse. Fighting against abuse comes across more as a wish in this context and this would likely not have been among the responses in a different situation where MAP was not the focus of the workshop. The men’s responses also formed part of gender-stereotypes about women and the idea of breaking the silence seemed more of a wish, especially given the fact that women themselves did not mention that in the first round of the exercise. Such ‘… discourses inform tactics of safety’ (Lindegaard and Henriksen 2004: 58) and are generally the ideas women have of men in danger and vice versa. If women for instance feel restricted in their movements and actions and feel that they need to stay indoors to stay safe as opposed to what they described men’s experiences are, their perceptions of women and safety inform the way they keep themselves safe.

Although the students in the workshop were aware of changes that have taken place in South Africa with regard to social mobility for women (for example, the significant presence of women in parliament), their responses suggested that dominant gender stereotypes still affect their thinking. Culturally defined beliefs about what it means to be female or male thus still persist (Golombok and Fivush 1994: 18). ‘Males are stereotypically considered to be aggressive or instrumental; they act on the world and they make things happen. Females are stereotypically relational; they are concerned with social interaction and emotions’ (Bakan 1996; Block 1973, cited in Golombok and Fivush 1994: 18).

Education influences how strongly people adhere to dominant discourses (Golombok and Fivush 1994: 19). During the workshop women with university degrees nevertheless agreed on gender stereotypes and regarded male traits more highly than their own. If women value themselves less than men, this will affect the relationship between them (Bammeke 2002: 76) and their attitude towards violence.

Gender and violence

Women and violence
Men and women in this study had different experiences of violence based on gender. Because women are viewed as ‘soft targets’, they are violated through robbery, rape and other forms of violence. For women, living in a potentially violent situation can be difficult, not only because they fear victimization, but also because it is difficult to speak out against it.

Women also should learn to speak about violence, because when they talk, others will hear their stories and will also want to talk. In this way women can then build networks and fight against violence (Liz, Hector Peterson Residence).

Men have power over women partly because of the dominant discourse and expectation that women are weak and vulnerable (Boonzaier and de la Ray 2004). This reinforces the subordination of women who fear being violated.

Being a woman makes one feel vulnerable because one does not have the strength to fight and one does not have a voice to talk. The threat of something happening to me is always real. Not a day passes when I do not feel conscious of security. [Practicals in] Nyanga [Nyanga, meaning ‘the moon’, is one of the oldest black townships in Cape Town. It was established in 1955 as a result of labour migration from the Eastern Cape and was a site of protests against the ‘pass laws’ in apartheid in the 1960s and 1970s. Black-in-black fighting allegedly perpetrated by corrupt police in the early 1980s made Nyanga well-known] is the closest place I could choose [to conduct my research] but it poses quite a danger because of hijackings that take place there. I am conscious walking around there every time and not speaking the language puts me at greater risk. I am told at different times to go home and not take up South Africans’ jobs. The speed at which taxi drivers drive is very careless and as if there is no tomorrow. I just feel unsafe (Synthia, Hector Peterson Residence).

A number of things make Synthia feel insecure as a woman in the midst of possible violence. She is not strong and fears she will not be able to ward off an attacker. Hijackings that take place in the vicinity of her research site are threatening and she fears exposure to this. The language barrier between her and the people in Nyanga, the xenophobia directed at her and the speed at which taxis drive alsomake her feel unsafe. This is even more harrowing since Synthia needs to pass through this space every day. Yet Synthia refuses to stay silent about violence and after the recent attack on her, close to Hector Peterson Residence, she pursued the fact that the residence staff acted very imperturbably in that regard.

Expectations about how women should behave in dangerous places affect their responses in potentially violent situations. Female passivity is viewed as second nature, ‘but it illustrates that emotions as other forms of practice are informed by discourse’ (Lindegaard and Henriksen 2004: 55).

men usually weigh up the situation and see what they should do, if they should confront the perpetrators. Women can’t weigh up the situation, they should avoid it at all costs and that is what I do (Melanie, Hector Peterson Residence).

Women express a double vulnerability – they fear being mugged but also being raped.

Men have advantage because they think that women are the weaker sex. So women feel scared that they are women because men would not only take away women’s purse, but could also rape them. But things are a bit level now because guys should also be scared that they could get raped. Things are a bit safe now because there are security staff at the hostels and they are trying their best. We also have to think about not walking around late because that makes a person an easy target. This Kenyan guy who was killed during the vac[ation] must have gone to a shebeen. The Barn was closed and they should really think about keeping The Barn open (Lindiwe, Hector Peterson Residence).

The murder of a Kenyan student from Hector Peterson Residence near the hostel triggered awareness of the danger students face outside the hostel. Unlike in the past, the rape of males is increasingly feared.

Women nevertheless feel vulnerable and in need of protection by men; female students who cross the field (see figure 1.1 A-C) to campus get a sense of safety from the presence of security staff who stand watch at an unfinished structure on the field. Since men are viewed as protectors, they stand guard, irrespective of whether they are equipped or even trained to deal with violence. If anything should happen to a student, security is supposed to release the dog to chase the perpetrator off. Yet in one instance where a student was attacked the security staff member held onto the dog – probably as a means of self-protection.

Fig.1.1.A – The field between UWC and Hector Peterson Residence

Often security staff do not stand watch on the field between campus and HPR. Students who cross the field at midnight run the risk of attack because the field is deserted. The unfinished structure seems to be a good place for muggers to hide and catch their ‘prey’ unguarded, which is exactly why security staff are placed there. It is also one of the places both males and females have identified as a dangerous space. It makes them feel very vulnerable and they only feel at ease once they passed it.

Fig.1.1.B – Unfinished structure

Thando feels safe once she gets to campus, and those years when she stayed in the hostel, she felt safe once she passed that unfinished structure. ‘People just hide away behind that structure and appear very unexpectedly. It is that unexpectance that catches people off-guard’ (Thando – used to stay in Hector Peterson Residence).

Fig.1.1.C – Path to Hector Peterson Residence

Staying safe through confrontation or escape
Women who do not respond to situations of violence in the way Phumzile did in the example given earlier, rather run away or simply do nothing. This is often caused by the fact that they have been socialized and are expected to be passive. Women who are socialised into fulfilling traditional roles of ‘submissiveness’ tend to sustain such behaviour because that is how things are supposed to be (Bourdieu 1977). There are usually other significant similarities among women who are abused, such as low income, low level of education and residence in a village (Faramarzi, Esmailzadeh and Mosavi 2005: 5). Studies conducted among wealthier, highly educated women from affluent areas might show different results. Once women are exposed to stories that contest such passive notions, for example, of an abused woman who took her children and left the house, they behave differently. Examining women’s exposure and responses to domestic violence is very helpful in understanding their responses in relation to community violence.

What factors contribute to women either fighting or taking flight in situations of violence? This can be illuminated by comparing two participants in this study.

It was after four in the afternoon and I walked to my previous home which is close to the University’s train station. It was very windy that day. As I walked I saw two guys walking in my direction but they passed me. I continued walking but then something told me to turn around. It was really windy and when I turned one of the guys grabbed at my bag. The guy was caught off guard as he was not expecting me to turn around before he had taken my bag. Immediately, he said that he was only looking for a R5. I replied that I did not have a R5 even though I had money as well as my cell-phone in my bag. The second guy then approached. The first guy insisted that he was only looking for a R5 as if a R5 was of little value to a university student. When I again replied that I did not have any money, the first guy then rudely demanded that I give him my earrings. As I attempted to pull the earrings from my ears, I insisted that I remove them myself. At this time, the second guy seemed extremely irritable as I was still trying to assert myself under the circumstances. He threatened to kick me. The earrings were not such a concern because they were old. After giving them the earrings, the guys noticed my tekkies. I noticed this and subsequently realised that they were not done with me yet. The two guys then walked with me to a nearby park where I could sit down to remove my tekkies. I decided that I would not allow them to take my shoes, and starting to think about possible ways to prevent this. At the park, the two guys sat down on poles situated towards the end of the park. I stood between the two poles (that they were sitting on) at this time, and while they looked down the road in one direction to watch for any oncoming people, I ran in the opposite direction. I ran towards a road where I saw another guy and other people who were building on one of the houses in that road. I knew that if the two guys chose to follow me, they would have to deal with those builders. I managed to get away safely (Jo-Anne, lives slantly opposite Hector Peterson Residence).

Jo-Anne did many things – she looked out for men (who are viewed by women as a potential threat), and, when she passed them, she turned around. Although she lied about the contents of her bag, she gave them her earrings, but tried to maintain control by taking them off herself. As soon as she saw an opportunity she ran away – towards other people. Although in a distressing situation, she planned her escape and waited for an opportunity to do so. Afterwards she became even more careful and hardly ever walked home alone again. She rather waited for her mother to come from work in the evening to pick her up from campus than leave campus earlier. She now also avoids spaces that she thinks will place her in a compromising position. These fears are spread throughout other areas in her life:

I recently obtained my driver’s licence, but even so am very afraid to drive on routes unfamiliar to me. My fear is inadvertently encouraged by my mother’s bad experience with driving. When my mother took my father to work one evening she took the wrong turn on her way back home. She ended up in a very dangerous place and could not even get out of the car to ask for directions in fear that something might happen to the car or to her. Since then my mother sticks to routes she is familiar with and where she can maintain a sense of safety. Due to the fact that my mother displays this behaviour, I fear that something bad might happen to me should I dare to drive on unfamiliar routes (Jo-Anne, slantly opposite Hector Peterson Residence).

This example is one of many that reflects how Jo-Anne’s socialisation in her family impedes the way she faces threatening situations. Because I encouraged her to drive to a mall she had never driven to before, she said she would think about it, but later that night called me to ask if I would accompany her. This was the first time she drove outside of the area where she stays. Although she decided to drive to the Mall, she asked to be accompanied.

Jo Anne had heard stories about potential danger and had been exposed to it. She is aware of tactics to stay safe and actually behaved in a very calculated way when she was confronted by thieves, but she generally responds in a more ‘feminine’ way in terms of safety tactics – she tries to avoid danger by staying in safe spaces or by looking for the company of people she knows and trusts. It must be noted that stories involving danger may also induce fear, but still informs people about what might otherwise not be experienced. In other words, hearing stories of what other people do in situations of danger informs people of what to do in such situations. ‘Naiveté’ could also put people at risk and they may even be blamed for their ‘ignorance’ especially in instances where people believe our actions are ‘unintelligible’ (Richardson and May 1999: 313). Still in other situations where people are inundated with stories involving danger, they may shut off to the stories.

Everyday I walk down that road I am very anxious because of the robbery before and I would rather have my mother pick me up from campus after work and wait an extra hour than walk home. Otherwise my brother would wait in front of the house and watch that I walk safely. But that road to campus is very dangerous because it is isolated and surrounded by bushes. Subsequently, you cannot see when someone is hiding behind these bushes. Even though there are security guards, one hardly sees them as they tend to focus more on the students walking towards the Belhar residence. I feel safer on campus because there are other people around. Walking down that road with anxiety may be a bad thing because the robbers will sense the fear and will prey on that, is what my brother told me. If one walks boldly they will wonder why the person is so bold and assume that the person is carrying a weapon. And when my mother informs me that she will not be able to pick me up from campus I worry about getting home that whole day and have butterflies in my stomach. If I were a man I would have felt confident in my ability to protect myself. Men usually have some or other experience with violence either on school or elsewhere which enables them to protect themselves. Women on the other hand, usually do not get into fights and I am one who stays in the house most of the time and therefore do not feel confident in protecting myself (Jo-Anne, lives slantly opposite Hector Peterson Residence).

Women like Jo-Anne mostly follow passive tactics, especially when dominant figures in their lives like mothers or brothers reinforce their understanding of themselves as potentially ‘acted-upon’ females. According to Lindegaard and Henriksen (2005) staying inside the home is a female tactic of safety, and is often explained as being a result of women’s weaker physique and lack of ability to defend themselves. Greater culpability is attributed to women, partly because of the assumption that they run a higher risk of being confronted with violence. Women are expected to stay inside the home because being in the ‘wrong’ place at the ‘wrong’ time makes women vulnerable to violence (Richardson and May 1999: 313). This tactic reinforces gendered behaviour – Jo-Anne does not move around by herself because she feels vulnerable, while this tactic also confirms that she is a female. What is also evident in Jo-Anne’s story is that she would value being a man because she would have more confidence then – similar to the women’s responses in the workshop discussed previously. Such notions aid passivity and perpetuate the idea of women being the weaker sex. Lindiwe, however, because of her exposure to stories that counter notions of women as passive and complacent, responds differently to the threat of violence.

Someone in Bellville asked me if I had a cellphone and someone else wanted it, what I would do. I said that I would tell him to buy his own. He then asked me what I would do if the guy had a gun and wanted my cellphone. I said that I would let it fall to the ground so that neither of us could have one. The guy told me I’m crazy. It is not as if I am not afraid of violence, but I feared it for a long time. When people tell me that they have been robbed, I tell them to be glad their life was not taken away from them. Some people would count their possessions more valuable than their lives (Lindiwe, Hector Peterson Residence).

Lindiwe had been exposed to potential violence in her home for many years. She eventually decided that she had lived in fear for too long and needed to have a sense of control in her environment. Lindiwe had a friend who defended herself in a near-rape situation. Being surrounded by people who confront threats, I suggest can empower women to do the same. Daring the attacker was used by Lindiwe’s friend to reduce the power the attacker had over her as a potential victim, thus confronting potential danger, and can be a tactic to stay safe.

If someone should try to rape me I would tell him to go ahead and rape me. My friend did this and they [the assailants] wondered why she said so, and walked off thinking that maybe she had HIV and would pass it on to them (Lindiwe, Hector Peterson Residence).

In Lindegaard and Henriksen’s (2005) scheme of possible tactics to stay safe, this would be a more masculine strategy (seen in the example of Colin at the train station, discussed further below), although used by a woman.

Men and violence
As noted earlier, men feel responsible for women in unsafe areas, take on roles of protectors and will more often than not fight in situations of danger. Yet women are supposed to be protected from men. The following incident illustrates how men respond in ways similar to the tactic used by Lindiwe’s friend, thereby reducing the power they feel potential attackers might exert over them.

Women on the other hand will not necessarily fight but will try a different tactic to avoid dangerous situations by either waiting for another person to walk with, or by turning back. In addition, women might also say something to their potential attacker to keep him from attacking, like screaming or speaking aggressively to hold on to their possessions, as in Phumzile’s case.

As I neared Unibell Station I saw a guy rushing across the bridge to say something to another guy on the other side of the station, while looking in my direction. I then walked to one guy of really big build and stood in front of him chest-to-chest looking him four-square in the eyes. The guy then greeted me. I told the guy: ‘You’re crazy’, and walked away (Collin, Hector Peterson Residence).

What happened in Collin’s instance was that he could see the two men on both sides of the station planning something against him. It was December vacation and the area around the station was deserted. The two men obviously communicated with each other and the big man smiled at the other as he crossed the bridge towards Collin. This was Collin’s clue. He faced the bigger man and because of his boldness the two men were caught off-guard. One of the stories that circulated among students and people who have experienced violence, is that robbers detect their potential victim’s fear and capitalise on that – this was also what Jo-Anne’s brother told her. Behaving boldly is accordingly seen as a good defence mechanism.

Fig. 1.2 Unibell Station Unibell Station, which is the train station between UWC and Belhar. This was where Collin confronted one of the men he suspected was conspiring to rob him – Photo by author

Collin comes from Nigeria and from a university where violent student uprisings are rife, and the cause of many fatalities (Bammeke 2000). He had been in the army and was trained to sense and act on any suspicious behaviour of people who pose threats. Being socialised and trained to be aware of his environment thus help him to keep safe, while it also masculinises him (Lindegaard and Henriksen 2005: 49).

According to one of my participants, women become distraught in situations of danger and therefore are easy targets. ‘… women tend to be overtaken by their emotions more than men. Therefore, men would be able to separate themselves from the situation and will act swiftly’ (Graham, Hector Peterson Residence). Without neglecting to mention that masculinities are fluid over time and in different places (Barker and Ricardo 2005), men tend to grow up in environments where they need to be able to defend themselves. Boys tend to play roughly in school grounds and are expected to pick fights with other boys as part of learning to be a man. Exactly because of these discourses about what it means to be a man, police tend to laugh at men when they report sexual assault. The views men have of women have implications for gender-based violence (Barker and Ricardo 2005: 19).

Like men, some women also behave in a confrontational manner or will resist when threatened. When two men tried to grab Phumzile’s bag from her, she screamed and held to it tightly. One of the men ran off while she continued to fight to keep her bag from the other. He managed to thrust the bag under his armpit while she held onto the sling, but eventually he tore it out of her grip.

Man or moffie?: Hierarchical masculinities
As discussed earlier, men are often seen as protectors against, or initiators of violence. Moffie is a derogatory term referring to gay men, but is also a term used to refer to males who display ‘feminine’ traits by talking in a feminine voice, or moving in ‘feminine’ ways, or who, in relation to danger, would run away instead of fight. A moffie would not be able to defend himself when in a confrontational situation with another man. When a man is referred to as a moffie this is very insulting because it constructs him as a lesser man. This might happen, for example, when mothers pamper boys too much – they are told that the boy will grow up to be a moffie. Such boys are teased at school. Khaya would be referred to as a moffie among coloured men, or isyoyo among Xhosa-speakers. His safety tactic is not necessarily to stay inside or to avoid unsafe spaces, but to run away when he senses or sees a threat.

At one big fight in front of Chris Hani Residence I was told that I am a betrayer, but I went to call for help while they fought. Fighting is something I avoid at all costs. I am short-tempered and would just throw something at a person (Khaya, Eduardo Dos Santos Residence).

Tactics to stay safe (in this case running away from danger and calling for help) communicates what kind of man Khaya is. Challenging the ‘feminine’ or ‘masculine’ tactics for safety therefore makes a person less of a woman or man in the eyes of others (Lindegaard and Henriksen 2004: vi). Gender discourses inform tactics of safety. Men are socialised to respond to threats of violence with anger; no signs of vulnerability must be seen when men are on their own, walk to campus, to Symphony Way and so forth. Men are protectors and potentially violent; when they speak people listen. Men deal with violence either in protective or aggressive ways (ibid.: 58). In the words of Simpiwe, ‘violence makes me feel very responsible to people who are vulnerable in such (violent) situations’, the ‘people’ being women and children. However, as we have seen in this chapter, these engendered tactics for safety are sometimes contested, as when a woman resists robbers, outwits them and calculates a safe escape.

In contexts of South African prisons and labour compounds where masculinity is renegotiated, the ‘weaker’ male inmates are claimed as ‘wives’ of the stronger male prisoners. The dominance of the stronger man is sustained through fear evoked by violence (Niehaus 2000: 81; Lindegaard and Henriksen 2004: 61). These roles as ‘husbands’ exaggerate men’s masculinity enabling them to be ‘real’ men (Niehaus 2000: 85). Masculinity is not the only factor to consider in understanding how men deal with perceived threats.

Issues of connectedness and race further compound spatiality. The space around the university campus is different from the spaces occupied by the adolescents in Lindegaard and Henriksen’s research. Since students staying in residences may not originally be from Cape Town or South Africa even, there is no sense of belonging to the area, particularly among men. There is no attachment to a place as there would be when one lives there. These students like Simpiwe come from other parts of the world, and when they walk into ‘danger zones’ Belhar or Bellville, they ‘know’ they ‘should not be there’ in the first place.

Bellville is kind of scary, especially the coloureds. I have nothing against coloureds but there are strange characters around there. There is just a feeling that tells me that I have to be alert. If I need directions, I would rather find the place on my own. The taxi rank area is especially unsafe (Simpiwe, Cassinga Residence).

At the same time Simpiwe’s statement seems to hint at a homogenisation of coloureds. Jensen (2001: 4) explains that the homogenisation of coloured men is so forceful that each and every coloured man on the Cape Flats is under persistent suspicion of being a gangster. Even men coming from townships (both coloured and black) in Cape Town are ‘aware’ of the racial boundaries between coloured and black townships. This means that blame is not only directed at gender when treading in ‘wrong’ places, but at people of ‘other’ races, too. In addition blacks cross these racialised boundaries more often than the other races to go shopping, or to university – basically due to economic inequities.

Storytelling

Knowing the power of a story heard is that the story occurs within the listener (Simms 2001).
As indicated earlier, people’s experiences of violence are informed by the exchange of stories about violence. Storytelling informs tactics of safety and makes people aware instead of conscious of violence. Tactics are in other words people’s means to avoid, escape or confront danger, which they do not necessarily consciously reflect on (Lindegaard and Henriksen 2004: 46). Storytelling also creates a feeling of solidarity among group members and may not necessarily be based on actual events that occurred in a specific place. It might have the purpose of reinforcing feelings of mutuality – a group feeling. Stories of danger may also be based on what might possibly happen to a person. Such feelings are then associated with preconceived ideas of a violent situation someone else was in, and, based on these feelings, we employ tactics to keep safe. We do not know if walking in a ‘dangerous place’ at a specific moment will result in our belongings being snatched from us or in being held at gunpoint. But it is stories that inform us not to walk in certain places at certain times of the day – when such places are deserted, when we have valuable things with us, or when we are alone. This does not, however, make danger less real or less likely to happen.

When foreigners come to South Africa they are unable to distinguish between the safe and unsafe because they are not informed through stories or by witnessing people being held at gunpoint, for example, apart from the stories they may have read in the news media. They are not a part of the formation of a symbolic order. This might make foreigners easier targets. In addition, foreigners are perceived as having money on them and are therefore targeted for robbery.

Recognising ‘shady characters’ – Tactics for staying safe

One should also always listen to one’s instincts as Oprah Winfrey says, because in those situations they are women’s best bet! (Melanie, Hector Peterson Residence).

As argued previously, storytelling, in person or via the mass media, about violence informs our tactics of safety. These stories could also inform foreign and/or first-year campus residents to distinguish between the safe and unsafe, and also help them to recognise ‘signs’ of people and places that are potentially unsafe. Although I discussed this awareness briefly through Collin’s experience at the train station, this section tries to unravel how participants ‘recognised’ ‘shady’ characters and used tactics to escape dangerous situations. The characteristics described by the participants cannot perfectly determine who is dangerous or not, but nevertheless aid them in creating feelings of safety.

I waited at the bus stop not far from the residence. I saw two guys approaching the bus stop and they looked very suspicious. What makes them look suspicious is the way they walk, their behaviour and especially the way they look at a person – intimidatingly! A woman walking in front of them crossed the road to walk to the garage. A year ago the garage did not exist. Then I planned that if they came too close to me I would run across the street to the garage as well and I moved toward the pedestrian crossing. The guys then saw my plan and stopped in their tracks. They started telling me things like ‘Do you think we want to rob you?’ They tried talking to me saying all sorts of things and then the one guy tried to get closer to me. I said ‘Don’t you dare get closer!’ The guy saw I outwitted them and then started walking away from the bus stop in the direction they were walking and I returned to the bus stop. The other woman who crossed the road then walked to the bus stop when the guys had left and the woman told me ‘They would have robbed you now!’ I said I knew what their intentions were but was prepared for them. But they also saw that I did not have valuable things on me otherwise they would have made the effort to rob me. I only had my bus fare and bank card on me, but they could have taken my cellphone which is what they often target. Another woman approached the bus stop with an expensive gold watch, which is foolish in that area (Melanie, Hector Peterson Residence).

The bus stop where Melanie was nearly robbed falls directly on the threshold between Hector Peterson Residence and the Belhar community. Robbers regularly dwell there. They sometimes disguise themselves as school pupils since a school is nearby, but can also wear balaclavas.

According to Melanie, who grew up in Belhar, suspicious characters look at their victims intimidatingly, as if to make them docile. Robbers also stare at their potential victims thoroughly – looking for possessions on their bodies before they strike. The woman who walked in front of them apparently perceived the same danger and crossed over to the other side of the road. Melanie instead moved to a place where she could more easily escape if the men came too close to her. The men noticed what was happening and remarked that she was wrong – but because they were outwitted, they walked away.

Awareness of a suspicious person is evidently important in staying safe. Due to students’ awareness through stories and exposure, many are able to outwit their ‘predators’ and escape.

Two Fridays after my first arrival in Cape Town in 2003, I walked from campus around 5pm. When I left the station’s side, 6 students walked in front of me but I overtook them because I walked fast. The field was very bushy and as I approached the intersection to the main path that leads to the hostel, I considered which route I should take. As I contemplated this, two guys appeared from behind a bush where they were hiding. I then weighed up the situation and thought it would be best if I walked back in the direction of campus and fortunately there were guys coming from campus walking my way and the two guys ran off into the bushes. They ran off because I told the group of students what I suspected the two guys were up to and pointed at them (Graham, Hector Peterson Residence).

Two men who hid behind bushes on the field were immediately viewed with suspicion. After many complaints from students about the height of the bushes, they are now regularly mowed. Graham’s case emphasises the point that awareness of suspicious behaviour is a tactic of safety. Following ‘instinct’, as Melanie stated, is viewed as a reliable way to stay safe. This was what Graham relied on although he was new to the area. When he told others about the men they disappeared.

In situations where students are uncertain of whether or not a suspicious-looking person may pose a threat, they tend to look for a sign from the oncomer to either confirm their suspicion or refute it. Graham ‘tested’ a suspicious oncomer by greeting him to see what the response would be.

One Saturday evening walking from campus, I was about to swipe myself out of the gate and saw someone sitting close to the entrance with a cellphone. The person looked suspicious and I felt uncomfortable. Weighing up the situation I wanted to stay inside campus, but then just swiped myself out and greeted the guy. The guy returned my greeting and I just walked by. Other times in situations like that I would just start up a conversation with a security guard at the gate until things are settled for me to pass (Graham, Hector Peterson Residence).

Because the oncomer responded by greeting, Graham felt assured that it was fine to proceed, and thus continued walking. Graham generally greets passers-by because it gives him a feeling of control in environments which make him feel unsafe – such as crossing the field or using taxis. His sunglasses also help him to scrutinise oncomers without them realising it.

To Phumzile, oncomers who do or do not greet her also serve to confirm or refute her suspicions – this is in addition to the type of clothes the person wears. However, other types of behaviour also serve this purpose.

As we walked, a guy walked behind us. He wore tekkies, ¾ shorts, a t-shirt and a jacket. We slowed down allowing him to pass. As he passed, I greeted him because people usually greet in return, but this guy did not. So when he was in front of us, he continuously turned back to look at us, and this made him very suspicious. We then walked in such a way as to see if we could get rid of him and walked to Sasol garage. When we came out of the garage, we saw him standing where we had to pass to walk to the hostel. Then some other students who walked with suitcases came and he followed them closely. It was as if he was trying to see what they had on them. I then went to tell someone inside the shop about this guy and they called the police. After that I accepted a lift to the hostel (Phumzile, Hector Peterson Residence).

The clothes someone wears are not a determining factor of present danger. In this case, what was more prominent as an indicator of danger was the man’s strange behaviour: not greeting Phumzile and her friend in return and turning back to look at them continuously. His behaviour was thus out of place for someone not interested in harming them. When he followed them he confirmed their suspicions.

Distinguishing between safe and unsafe spaces
People generally identify violence as occurring in specific places and spaces. Potentially violent spaces tend to be associated with ‘public spaces’. Outside of the ‘public’ domain, that is in ‘private’ spaces, it seems to be more difficult to make sense of violence (Richardson and May 1999: 312). In relation to this, some of the participants felt safer when in the confines of the campus. Phillip experienced being on campus with some ambivalence.

Being on campus does not even feel safe because a friend of mine was stabbed on campus one night. There was even a joke that I heard once, that anybody who walks around late at night is a foreigner and will be killed. This implies then that the locals do not work until late. Even at the gates on campus, people who are not students are let in so easily, while students who occasionally forget their student cards are harassed, even if security staff know the student passed by for years. This makes campus a very unsafe place (Phillip, Hector Peterson Residence).

Being on campus does not necessarily make Phillip feel safe, despite the security staff that patrol regularly. The stabbing of a friend heightened Phillip’s feelings of unsafety. His status as a foreigner and experience of xenophobia strengthened this sense of being unsafe. Furthermore, easy access allowed to outsiders onto the campus increases the risk of the presence of violent people who come to The Barn and to Condom Square, which often results in fights.

Fig.1.3 – The Barn, where students go for drinks and to dance. Fights are known to occur outside after people vacate The Barn

Walking past Condom Square on a Friday night is particularly dangerous because people smoke dagga, get drunk there and loud music is always heard playing there. If anything should happen to me there and I scream, nobody would be able to hear because the music will muffle the sound. One day I even saw condoms and a pair of panties lying there (Catherine, Eduardo Dos Santos Residence).

Figure 1.4 – Condom Square, which is adjacent to The Barn. According to rumours, a woman student was raped here – Photo by author

To the stranger’s eye, The Barn and Condom Square may look like places of relaxation which offer extra-mural activities to students. On weekends one might get a different picture due to the rowdiness, the loud music, the smell of alcohol and marijuana and the poor lighting at night, all coming from the direction of those two places. As a result of this, students feel unsafe, especially when fights break out. Catherine’s fear that if something happens to her nobody will hear, makes her feel unsafe whenever she passes by en route to campus. The sight of a pair of panties and condoms gave her the feeling that forced sex had happened and that she might be in danger. A reported instance of attempted rape also took place on Condom Square when a number of men jumped from the trees and tried to rape a woman student. She managed to free herself. Stories about Condom Square, although not corresponding with what Campus Protection Services report, may also make students feel unsafe. Avoiding such a space is a safety tactic.

The place on campus which seems unsafe to me is the area in front of The Barn, that whole area is unsafe. Last year a lady was raped there by guys who jumped out of the tree (Catherine, Eduardo Dos Santos Residence).

A staff member from Campus Protection Services stated that it was an attempted rape, not a ‘real’ one. The student’s mother wrote a letter to the university in which she made clear that it was an attempted rape case. But students feel unsafe in the area of Condom Square because people get drunk there and become aggressive. Because ‘outsiders’ come into The Barn, students feel unsafe. Women also get drunk and once they leave The Barn, men follow them to their rooms and may ‘take advantage of them’.

I mean you can see people, even if we go there (The Barn) now. … people who, there are those people who do not have cards to go to the tavern, so you don’t know. You can just feel that these people they might do something to me (Khaya, Eduardo Dos Santos Residence).

Coming from Gauteng Province, being in the Western Cape makes Bulelwa feel uncomfortable, especially in the townships. Additionally, Bulelwa feels that being asked on a date may pose danger to her as well, as Xhosa-speakers in the Western Cape ask women out on dates, with sex as their motive. Aware of what happened to her friend when she consented to a date with a man, Bulelwa declines going on dates outside of her sphere of safety.

It is very rough here in Western Cape and there are skollies.When one goes to the townships one cannot talk on the [cell]phone during the day outside in the streets. People cannot wear Levi’s or expensive clothes. This life was never dreamed of. People rob with a knife. People put steel pipes on their faces probably because something happened to them. I usually go to Guguletu to braai there with her friends (Bulelwa, Coline Williams Residence).

Bulelwa’s tactic for safety is to be extra careful when asked out on dates. What happened to her friend refined her ability to distinguish between safety and unsafety.

Men around here (Western Cape), when they take a woman out, especially the Xhosas, they expect sex. They wanted to do this with her but she refused. If men take women out they want to chow them. One friend went to Century City with a man and she did not want to go home with him so he left her there. He then came to fetch her the next day, slapped her and broke her phone. The guys back home will take women out and take them home without chowing them. But a lot of women want to be chowed. If a man wants to get a woman for the night he must take her to the pub and then chow her. This is how men see girls now (Bulelwa, Coline Williams Residence).

Conclusion
This essay addressed various issues around living in a violent environment. Its main argument was that being aware of dangerous spaces and people who may pose threats aid in maintaining safety. At the same time, being aware of potentially dangerous spaces and ‘shady’ characters, may also cause fear among students. In light of this, students use tactics to restore a symbolic order, so that despite the fact that they may be fearful whenever treading in those potentially dangerous spaces, they can use tactics to keep themselves safe. I investigated the idea that there is safety in numbers especially since evidence suggests that group dynamics often influence whether or not bystanders of violence will intervene to help the victim. I found that it is the imaginary safety when in a crowd that creates feelings of safety among students and not being in a group per se. Awareness of dangerous places such as trains that pose danger to commuters often forces students to survive through drastic measures, but prior information helps to  reduce chances of fatality. Students would, for example, stay away from broken windows in trains and spread stories which help other students identify potential danger. Of course gender roles and stereotypes influence how people respond to violence since they cause people to behave in certain ways in relation to them. I argue that the environments women grow up in and the absence of messages that counter the perceived ‘weakness’ of women, perpetuate and may exacerbate violence toward them since they challenge and curb potential perpetrators of violence. Women tend to favour the value of male characteristics above their own, which certainly has implications when dealing with violence especially when women are raised to believe they are vulnerable and weak in relation to violence and should rather stay indoors because they are at risk as women. Men on the other hand are taught to believe that they are more powerful in relation to violence and that they will be able to defend themselves. This proves that the social construction of violence is a highly gendered process. Furthermore, stories people hear about violence also increase the awareness of danger and inform the tactics people use to stay safe. Finally, recognising ‘shady’ characters alerts students to oncoming danger and allows them to use tactics for escape or retreat to a safe space. The markers of potentially dangerous characters include strange behaviours, when for example someone continuously turns back and looks at you, or does not greet in return. Recognising such clues helps students escape from potential dangers, but these clues are not static since students may also misrecognise such clues. While this chapter focused primarily on the tactics students use to stay safe in the vicinity of the university, the following chapter addresses the university’s contribution to a safe environment for its students.

Published in: Bridgett Sass – Creating Systems of Symbolic Order – UWC student’s  tactics to stay safe from potential violence

Rozenberg Publishers 2006 – ISBN 978 90 5170 626 0 – SAVUSA-NiZA Student Publication Series